lunes, 17 de julio de 2017


DESDE LA FINCA

De vacaciones en la finca.- Los chilpayates ya salieron de vacaciones. ¡Hay nanita! Dicen las cortadoras que delegan, en periodo de clases, la responsabilidad a los maestros de cuidar a los chiquillos mientras ellas hacen labores de campo a la par del marido, además de preparar el bastimento que ellos se llevan desde temprano. Sin embargo, para el viejo cortador curtido por el tiempo y el trabajo, no le preocupa que los mocosos no tengan clases, al contrario, sabe que desde pequeños deben aprender el centenario arte del trabajo de campo. Con su morral de mecate donde lleva los tacos y su calabazo de agua al hombro, lleva al nieto en su primer día sin clases al romántico fragor del verde cafetal. El chiquillo va entusiasmado acompañando al abuelo pues sabe que es un sabio de la agricultura. El viejo le explica que ya está entrando la canícula por lo que el calor es más intenso. Que se cuide de cualquier herida porque en esta temporada cuesta más que sanen. Le explica mostrándoles los verdes frutos que ya adornan generosamente las matas, que ya pronto iniciará la pepena en las partes más bajas. El nieto sabe que los viejos siguen siendo los filósofos de las nuevas generaciones. El venerable le inculca al chaval la importancia del cafetal, del cuidado del medio ambiente, le explicar que el aterrar una planta de café de buena manera y con buenas prácticas de manejo, impedirá que exista erosión hídrica del suelo y con ello evitara que en las partes bajas, sufran inundaciones debido al azolve de los ríos. Le explica que ahora hay máquinas para todo: para despulpar, para mortear, tostar y moler; “vaya, hasta para hacer el café”; pero nunca ninguna máquina sustituirá a una mata que produce tan valioso e incomparable grano. El chiquillo fascinado solo le queda escuchar con atención esa clase que nunca ha tenido ni la tendrá en la escuela.



Una cosa es una cosa…Ya por la tarde, después de una larga jornada de trabajo y aprendizaje, alrededor del fogón y disfrutando una humeante y aromática taza de sabiduría, el niño pregunta al abuelo: ¿Por qué no dejan trabajar a los vendedores ambulantes en el centro de la ciudad? El patriarca cuidando no oírse tan drástico le explica: “Mira mijo, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Al que trabaja honradamente, se le respeta y es digno de reconocimiento. Pero si tu trabajo consiste en engañar a la gente, burlarte de la ley, meterte a una casa sin permiso, apropiarse del patio, de la cocina, de la recámara, no te quieres salir, agredes al dueño y además lo amenazas con destruir la casa si te pide que te vayas, ¿qué harías?” El pequeño abriendo los ojos más de lo normal, no supo qué decir. Continuó el viejo: “En mis tiempos se llamaba honor. Cuidao y alguien se quería meter donde no debía porque se le metía un escopetazo por las zancas. Había dignidad, había hombres no payasos. La ley era el respeto y quien no la cumplía se le hacía cumplir. Cómo ibas a permitir que un pelao extraño viniera y se metiera sin permiso a tu finca y quisiera que “a guevo” le des lo que pide. Uta, nomás eso faltaba… ¿Pos qué le echó a su café abuelo…?

No hay comentarios.:

Publicar un comentario