DESDE
LA FINCA
De vacaciones en la finca.- Los
chilpayates ya salieron de vacaciones. ¡Hay nanita! Dicen las cortadoras que
delegan, en periodo de clases, la responsabilidad a los maestros de cuidar a
los chiquillos mientras ellas hacen labores de campo a la par del marido, además
de preparar el bastimento que ellos se llevan desde temprano. Sin embargo, para
el viejo cortador curtido por el tiempo y el trabajo, no le preocupa que los
mocosos no tengan clases, al contrario, sabe que desde pequeños deben aprender
el centenario arte del trabajo de campo. Con su morral de mecate donde lleva
los tacos y su calabazo de agua al hombro, lleva al nieto en su primer día sin
clases al romántico fragor del verde cafetal. El chiquillo va entusiasmado
acompañando al abuelo pues sabe que es un sabio de la agricultura. El viejo le
explica que ya está entrando la canícula por lo que el calor es más intenso.
Que se cuide de cualquier herida porque en esta temporada cuesta más que sanen.
Le explica mostrándoles los verdes frutos que ya adornan generosamente las
matas, que ya pronto iniciará la pepena en las partes más bajas. El nieto sabe
que los viejos siguen siendo los filósofos de las nuevas generaciones. El
venerable le inculca al chaval la importancia del cafetal, del cuidado del
medio ambiente, le explicar que el aterrar una planta de café de buena manera y
con buenas prácticas de manejo, impedirá que exista erosión hídrica del suelo y
con ello evitara que en las partes bajas, sufran inundaciones debido al azolve
de los ríos. Le explica que ahora hay máquinas para todo: para despulpar, para
mortear, tostar y moler; “vaya, hasta para hacer el café”; pero nunca ninguna
máquina sustituirá a una mata que produce tan valioso e incomparable grano. El
chiquillo fascinado solo le queda escuchar con atención esa clase que nunca ha
tenido ni la tendrá en la escuela.
Una cosa es una cosa…Ya
por la tarde, después de una larga jornada de trabajo y aprendizaje, alrededor
del fogón y disfrutando una humeante y aromática taza de sabiduría, el niño
pregunta al abuelo: ¿Por qué no dejan trabajar a los vendedores ambulantes en
el centro de la ciudad? El patriarca cuidando no oírse tan drástico le explica:
“Mira mijo, una cosa es una cosa y otra cosa es otra cosa. Al que trabaja
honradamente, se le respeta y es digno de reconocimiento. Pero si tu trabajo
consiste en engañar a la gente, burlarte de la ley, meterte a una casa sin
permiso, apropiarse del patio, de la cocina, de la recámara, no te quieres
salir, agredes al dueño y además lo amenazas con destruir la casa si te pide
que te vayas, ¿qué harías?” El pequeño abriendo los ojos más de lo normal, no
supo qué decir. Continuó el viejo: “En mis tiempos se llamaba honor. Cuidao y
alguien se quería meter donde no debía porque se le metía un escopetazo por las
zancas. Había dignidad, había hombres no payasos. La ley era el respeto y quien
no la cumplía se le hacía cumplir. Cómo ibas a permitir que un pelao extraño
viniera y se metiera sin permiso a tu finca y quisiera que “a guevo” le des lo
que pide. Uta, nomás eso faltaba… ¿Pos qué le echó a su café abuelo…?
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