Sabias, fuertes y heroínas.- Amanece cada vez más tarde en la finca donde el frío convierte a la mañana en un brumoso espectáculo de luces y sombras. El humo de los jacales invade las lomas con característico olor a leña y a café. Las mujeres viejas del rancho son verdaderas adalides de trabajo y pilar fundamental de la familia. Son las primeras que se levantan a revivir la lumbre del fogón para preparar el bastimento que el cortador llevará a la finca. Mujeres que atesoran costumbres centenarias propias del campo, que se convierten en legados invaluables. Mujeres que formaron su familia alrededor de fogón de leña, entre los cultivos de café, la siembra de hierbas medicinales, la costura, la cocina y otras prácticas que han sido parte de su existencia. Solo que ellas no se valoran porque crecieron sabiendo que su misión era servir. Mujeres sabias que creen que no sabe nada porque su conocimiento sobre el campo siempre se ha sido visto como una actividad doméstica. Doña “Jose” lleva más de sesenta años al lado del Cortador. Posee mucho conocimiento pero ella no lo sabe. Desde muy pequeña aprendió de su abuela a ‘echar’ tortillas, freír frijoles y poner café. De niña escuchó a la llorona y la perdieron los duendes. Con habilidad voltea las tortillas y las esponjadas las va poniendo en un tenate envueltas en una servilleta. Pone los chiles y tomates que ya están asados en el molcajete para machacarlos con ajo con la piedra del chile gastada por los años. Va haciendo las enchiladas que va doblando rellenas de frijoles y las coloca en un ollita que el viejo se llevará a la finca. La venerable anciana curtida por el fogón de la paciencia y el humo del tiempo, goza de perfecta salud y nunca está quieta. Cuando se sienta es para remendar tenates y costales, pelar pipián, o desvenar chiles. Otras mujeres más jóvenes la buscan para que cure a los chiquillos que están enquencles o descoloridos. Con maltanche y espíritus de untar los cura de espanto, poniéndoles una venda en los pulsos de las muñecas de las manos y en las plantas de los pies con esas mágicas hierbas, además de un buche de vino de súchil cuando están descuidados. Con aceite oloroso les recoge la bilis y les pone una cataplasma en la panza a la altura del ombligo con sauco. O con un jalón de pellejo en la espalda baja, los cura del empacho. Es una leyenda que ha curado a varias generaciones. Su misión es hacer el bien. Su conocimiento no lo puede explicar pero desafía a la ciencia poniendo en entredicho a los médicos que no saben curar ni el cuajo ni el mal de ojo. No le faltan sus oraciones pues el rosario lo aprendió de niña y gran parte de su fortaleza la atribuye a su fe. Ha educado a hijos, nietos, bisnietos y más, les inculca los valores y el respeto por la tierra y la naturaleza. A diferencia del viejo cortador curtido por el tiempo y el trabajo, ella es callada, su conocimiento lo demuestra con sus acciones. Es abuela de todo el rancho que cariñosamente la respetan y la admiran. Cuando la cosecha está en su apogeo, también se cuelga un tenate y se une a la pepena. Ha escrito la historia del café y de cortadores en su memoria y en su experiencia. Recuerda su pasado con nostalgia y recibe al futuro con ilusión. A cada rato le lleva tichate al marranito que debe estar listo para “Todos Santos”. Ya encargó la rama tinaja y se prepara con incienso, velas y veladoras. Ama la vida y disfruta su paraíso, sabe que la paciencia es la virtud de los valientes. Cuando alguien le pregunta su secreto para su larga, productiva y tranquila vida, la pedagoga pragmática y sibila imperecedera, se limita a contestar, parafraseando a Marie Curie: “La mejor vida no es la más duradera, sino más bien aquella que está repleta de buenas acciones”...
(¡Tómala cortador!)