lunes, 7 de agosto de 2017


Desde el Aula

En otras ocasiones y en este mismo espacio me he ocupado del tema de los jóvenes. He dejado expuesta la preocupación por la vulnerabilidad de este importante sector de la población y por la notoria ausencia de políticas públicas que promuevan su desarrollo y participación. Víctimas de los profundos cambios de una sociedad frenética y de las modernas tecnologías de la comunicación que promueven el aislamiento, el vacío y la soledad, viven los jóvenes expuestos a muchos peligros y los desafíos que deben enfrentar, son enormes.

Paradójicamente, esta sociedad convulsa necesita la participación, el vigor, el entusiasmo, la visión, la energía, los ideales, la generosidad… la solidaridad de los jóvenes, por eso, lo he sostenido aquí, en otros momentos, que una sociedad que no procura a sus jóvenes, es una sociedad que no puede aspirar a un presente de desarrollo, menos a un futuro cierto.
El tema es de suyo importante, tanto que la propia Organización de las Naciones Unidas, en el año de 1999, declara mediante resolución con número 54/120I, el 12 de agosto como día internacional de la juventud, y emite una serie de recomendaciones para desarrollar políticas en temas prioritarios con el propósito de mejorar las condiciones de precariedad en que viven millones de jóvenes. Es precisamente en este marco en que se da la reflexión. Vale que sociedad y gobierno revisen su actuación con respecto a la atención brindada a la juventud. Importante que desde el seno de la propia familia nos concedamos un espacio, para que en un ejercicio crítico, ponderar la relación y la comunicación que establecemos con nuestros propios jóvenes. Lo adelanto, con honestidad tendremos que aceptar una realidad dolorosa de la cual debemos tomar plena conciencia si es que queremos concedernos la posibilidad de sobreponernos a ella.
Vea usted si no. El número de muertes violentas que se registran en Veracruz es por desgracias, alarmante. De ellas, la inmensa mayoría son de jóvenes. Según estadísticas oficiales, de la población interna en los reclusorios, también la mayoría son jóvenes, conclusión: los muertos y los presos los pone la juventud.
En contra parte, quienes tienen la oportunidad de acceder a las instituciones públicas de educación superior, son los menos y aun cuando pareciera que hay muchas opciones en instituciones privadas, incluso virtuales, muchas ofrecen servicios de calidad dudosa y las de prestigio reconocido, resultan inaccesibles para el común de los jóvenes, así, se abren brechas muy difíciles de zanjar, y a la postre, devienen en falta de oportunidades en el mercado laboral y en profundos resentimientos.
En realidad, las opciones de desarrollo y participación que se ofrecen a los jóvenes, son escasas y los condenamos al ocio. Es común el cuadro deprimente de jóvenes durmiendo hasta tarde en el día sin ilusión, sin oportunidades y sin un proyecto de vida. Como sociedad ¿Qué podemos esperar de ellos?. Esta pregunta nos lleva a otra ¿Qué les hemos dado?.
Adiciones, caminos fáciles a la vista, apologías del mundo delincuencial, van llenando los espacios que desde la familia y la sociedad generamos, espacios donde muchos jóvenes, se nos pierden.
Es tiempo. Nunca es tarde.

Desde el aula se debe promover el desarrollo integral de los individuos.

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