Cerca del Cielo.
Por: José Ramón
Flores Viveros.
Los que aprenden a
escuchar, aprenden a amar…
Tenemos que educarnos
a escuchar; no nos viene en forma automática. Primero, debe apreciar el valor
de escuchar. Segundo, debe adquirir el hábito de crear un ambiente propicio
para escuchar. Sin estos factores nunca se convertirá en un buen oyente. Una
vez que se ha convencido del gran valor de poner atención a lo que se oye, conscientemente
debe propiciar el ambiente para escuchar a cuanta persona conozca. Hágaselo
saber por su manera de actuar, no interrumpiendo constantemente, que le interesa
lo que tengan que decir y que en verdad le importen sus ideas y puntos de vistas.
Siempre podrá conducir la conversación hacia temas más enriquecedores, pero
siempre permanece como buen escucha.
“El tesoro de
escuchar es ilimitado. Su valor no tiene precio. Usted le habla a una persona
en el punto medio de su vida, digamos cuarenta y tantos años. ¡Qué tesoro! Su
cultura nativa. Su manera de vestir. La música que le agrada; sus alimentos
favoritos; sus costumbres; su punto de vista hacia las cosas; tal vez años de
viajar; quizá un gran conocimiento del área local. ¿Qué decir de sus aficiones?
Sus intereses particulares. Una persona más joven tendrá cierto enfoque hacia
la vida; el de un ciudadano de mayor edad será del todo diferente. Abunda la variedad:
LA MANERA PERSONAL DE VER LAS COSAS, LOS ANTECENTES CULTURALES. Todo esto y
mucho más. ¡Qué mina de oro!
“El escuchar cambia
su personalidad; hace de usted una mejor persona. Escuchar le ayuda a crecer,
le enseña paciencia, lo hace un mejor comunicador, más sensible, franco e
intensamente humano. Le enseña autodisciplina, lo prepara para el momento en
que si debe hablar. Entonces, sus palabras y pensamientos serán más
significativos, más respetados y más útiles. El que escucha se enriquece de
modo continuo, así que posee más que dar cuando es tiempo de hablar. Nueva
penetración psicológica; un punto de vista más amplio; paciencia; mayor
sensibilidad; mejor comunicación. Estas son las marcas de la grandeza.
“Usted escucha cuando
lee. No solo lea libros lea, LEA A LAS PERSONAS. Esto es lo que hace cuando las
hoye con atención. Se expone a la aventura, al conocimiento, al romance y a la
valentía de sus vidas. Así como hay un gran provecho en lo que lee cada día,
existe un gran valor en su escuchar cotidiano.
“Deténgase si se
percata de que es usted quien lleva toda la plática. Trate de involucrar a
alguien en la conversación. ¿Escucha usted? ¿Está interesado? Comience por
hacer que su acompañante hable de sí mismo, de sus experiencias, de su tipo de
trabajo o de su negocio, de sus viajes. Vaya más profundamente. Procure crear
una atmosfera que aliente a la otra persona a hablar, a contarle acerca de si
misma. ¿Esta escuchándola con la suficiente atención para descubrir si las
palabras no ocultan algo más que en realidad quiere expresar? ¿Está diciendo una cosa, pero queriendo decir otra? Interésese
profundamente en las demás personas. Guarde silencio y permítales darle, en
forma gratuita, riquezas que tal vez nunca pueda experimentar personalmente.
“Muchas de las
relaciones entre el padre o la madre y el niño, el maestro y el estudiante, el
manejador y el atleta, los patrones y los trabajadores, se basan en la
habilidad de ambas partes para escuchar
y comprender. Toda la vida tiene por
fundamento el saber escuchar de una buena manera. La persona juiciosa escucha, aprende y luego entra en acción.
Pero el primer escalón siempre es escuchar. Si no practica este pasó, se está
en el pantano que conduce al fracaso. Son muy pocos los que comprenden esto.
Sus vidas se han convertido en una serie de desastres, un muestrario de mediocridad.
Thomas Merton escribió lo siguiente: “Mi vida es escuchar. La de El es hablar.
Mi salvación es oír y responder. Para esto, mi vida debe ser silenciosa. Así mi
silencio es mi salvación”.
Tomado del libro, “Los pasos secretos del
éxito” de Ralph Ransom
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