Por el Prof. Julio Hernández Ramírez
Son las seis de la mañana. Hace frío y es sábado. El “roco”, la “megan” y la “changa” lo saben. Esperan impacientes en el quicio de mi recámara y de cuando en cuando golpean con sus patas la puerta de madera urgiéndome a abrir. Desde dentro los regaño y solo consigo que la manifestación de algarabía se haga más intensa.
Abro la puerta ya “ajuareado” con ropa apropiada para el trabajo de campo, el “roco” posa sus patas delanteras de frente en mis hombros; la “changa” prende nerviosa sus dientes de mi pantalón y la “megan” a distancia mueve la cola en rítmico oscilar.
Afuera, el “Tobal”, el “Grillo”, el “Kalusha” y el “Florito”, esperan indicaciones para el trabajo del día. Son las diez de la mañana, es hora del almuerzo. El sol empieza a sentirse con rigor, la sombra del cocuite o el chalahuite son la solución. Al centro, la fogata, todos sentados a su alrededor. Colocadas las tortillas en una vara con horqueta se ponen sobre las brasas hasta que adquieren una textura especial y un color dorado. Diferente sazón, olores, sabores… variedad, el compartir obligado, todo sencillamente exquisito. Risas, lenguaje colorido, el albur ingenioso y por supuesto, referencia respetuosa a la Virgen y a Dios que mucho tienen que ver en todo esto.
Algo hay de misterio en la simplicidad de estas vidas que mucho nos enseñan. Con un ingreso de mil pesos a la semana, uno se pregunta cómo pueden vivir así, comen sencillo pero sabrosos y sano, nunca se les ve desesperados y cuando los invitan a una fiesta, que en mi pueblo son muy frecuentes, hasta con regalito llegan. A veces también se emborrachan, sí, con aguardiente, que finalmente tiene el mismo efecto que los licores “finos”: trastornan.
Cuando los veo, cuando los oigo, cuando los entiendo, comprendo y me sorprendo, al reconocer que en la precariedad de sus condiciones, viven más cerca del ideal de la felicidad. Hasta parece que representan la ironía de Dios para los que viven, desviven, en un frenético impulso, repulso, por acumular cosas que nunca van a disfrutar, porque por más, solo tenemos una vida que, por cierto, pasa muy aprisa y al final, nos iremos como llegamos, sin nada. Un poco de sosiego siempre cae bien. La generosidad es un imán y la gratitud enaltece.
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