La sabiduría popular suele expresarse a través de sentencias que constituyen auténticos axiomas o de frases ingeniosas y asertivas. Se transmiten de generación en generación principalmente de manera oral. A guisa de ejemplo, la expresión “de lengua me como un plato”, hace referencia a aquellos sujetos que ante la falta de continencia verbal, incurren en alardes de poseer conocimientos, cualidades, habilidades, capacidades y recursos para enfrentar tal o cual situación y luego terminan solo confirmando el dicho de “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
Nos transmite también la idea de que no es lo mismo ser actor que espectador, decir qué hacer, criticar desde afuera que estar en la realidad del interior; en el argot beisbolístico, gritar desde la porra “acércate que no trae nada en la bola”, a que te pase zumbando una recta por las quijadas; a juzgar desde la cómoda butaca a estar detrás del atril y frente a un público atento del error; o gritar desde el palco, a jugarte la vida en el ruedo; vegetar en la inacción a equivocarte en el haciendo.
Ejemplos los hay en abundancia. Para ilustrar basta uno, por cierto paradigmático, reciente, y si no fuera por lo trágico que resulta, sería hasta cómico: en el cambio de ayer que hoy es la realidad que se vive, la oferta política se fundamentó en el abatimiento de la violencia y la inseguridad, tal vez en el pensamiento iluso de creer que a fuerza de ser repetida, una mentira se torna en verdad. Se machacó con el estribillo de “me bastan meses para establecer en el Estado el imperio de la ley y la tranquilidad”. Hoy, la realidad terca nos restriega en la conciencia y el vivir cotidiano el tamaño del engaño, lo mal intencionado del sofisma y se da oportunidad una y otra vez a quienes no cayeron en el error, de repetir como la abuela “se los dije”.
La tragedia es de tal magnitud que una expresión de gravedad extrema como “domina la delincuencia sobre el Estado” en otras circunstancias inadmisibles, en la nuestra no resulta ni osada ni irresponsable, pues lo cierto es que se vive en la angustia y en la zozobra. La esperanza languidece; sin generación de empleos, sin crecimiento económico, al parecer sin programa ni equipo, solo queda la tareas de recoger muertos todos los días y de constatar “que por cuestiones de ocasión, se deja de hacer lo importante” según la célebre fábula, pues en la distracción y el extravío pareciera que la prioridad es construir un formidable monumento al nepotismo, émulo de las monarquías que registra la historia. No obstante, conservamos en nuestra mano la llave que nos abra la puerta al rumbo que esperamos.
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