lunes, 11 de septiembre de 2017

DESDE EL AULA

Difícil resulta ser el oficio de la apolítica, entendida esta, en el sentido más amplio y puro del concepto; no me refiero a la grilla barata y arrabalera. Actualmente la política se asocia con la corrupción y el abuso, no necesariamente es así, cierto, hay políticos deshonestos, faltos de principios éticos, pero lo mismo acontece con doctores, abogados, clérigos, etc., es decir, en cualquier oficio se dan ejercicios buenos o malos.


Haciendo abstracción de quienes se dedican a ella, la política es importante y necesaria; cuando falla, estallan los conflictos.No obstante su desprestigio, llega a tal extremo que muchos aspirantes a puestos de elección popular, pretenden falazmente articular un discurso mediante el cual se manifiestan “apolíticos”, discurso contradictorio, incongruente y mentiroso; escudarse en este sofisma equivale a pretender un empleo de chofer cuando no se sabe conducir un automóvil.

Con todo, algo de apasionante debe tener la política, pues quienes incursionan en ella, se resisten a dejarla aun con todas las dificultades que implica, actualizando el dicho popular de que “perro que come huevo, aunque le quemen el chipo”.

He tenido el privilegio de participar en contiendas electorales como candidato, conozco la victoria y la derrota. Sé que ni una ni otra se dan de una vez para siempre, en la experiencia propia he confirmado lo que Carlos Fuentes hace decir a uno de los protagonistas de su libro titulado “Los años con Laura Díaz”: “La derrota es huérfana y la victoria tiene cien padres”, pero es en la primera que se conoce el carácter y temple de una persona.

Dicen que para conocer lo que la sociedad piensa de ti, necesitas ser candidato en una contienda política. Te conviertes en blanco favorito para muchos que te hacen los señalamientos más inverosímiles, muchas veces sobre la bases de la difamación y la calumnia; por paradójico que resulte, con frecuencia la guerra sucia es fuente de atractivos dividendos electorales. Siempre he procurado no tomar los ataques que se dan en la arena política como algo personal, creo en cambio, que el que se lleva, se aguanta y el que no quiera ver visiones que no salga de noche. Cuando esos ataques se dan de manera sistemática y provienen de la misma persona, la connotación cambia, pues se establece cuando menos la presunción de que alguien está tomando las cosas de manera personal.

Es lo que me acontece con un personaje que se regodea autoproclamándose como el mejor alcalde que ha tenido nuestro municipio –alabanza en boca propia es vituperio- pero luego, cuando se ha sometido al escrutinio ciudadano buscando repetir en el cargo, ha recibido apabullantes y vergonzosa derrotas. Calumniador y mentiroso, se presenta a sí mismo como el prototipo de la honestidad cuando carece de autoridad moral y nadie le ha otorgado el nombramiento de sensor. Patético. Olvida que cuando señala con índice acusador, quedan cuatro dedos orientados hacia él. En invierno usa bombín simulando ser un gran señor, cuando es la  imagen viva de la amargura que resulta de un pleito permanente con el mundo, hombre sin criterio ni principios, la suya ha sido una historia de deslealtades, brincando de un partido a otro, hoy adulador hasta la abyección, mañana acusador. Encorvado por el peso de las frustraciones y las culpas.


Termino con una cita del autor y obra antes invocados: “La mentira tiene muchos hijos, la verdad existe solitaria y célibe, por eso la gente prefiere la mentira, nos comunica, nos hace partícipes y cómplices. La verdad en cambio, nos aísla y nos convierte en islas rodeadas de sospecha y envidia. Por eso jugamos tantos juegos mentirosos. Para no soportar las soledades de la verdad”.

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