lunes, 3 de agosto de 2020

Por si no lo sabías .- Por. Valente Salazar Díaz

¿QUÉ ES LA VIDA?



Responder esta pregunta implica entrar en el campo de la filosofía, aun cuando las ciencias naturales, la Biología en especial, tocan directamente el tema de lo viviente.


Lo anterior se debe, entre otros motivos, al hecho de que la vida ha aparecido hace unos mil millones de años sobre la faz de la Tierra, a principios de la llamada Era Precámbrica, lo cual ha generado diversas teorías sobre cómo pudo aparecer vida en este planeta a lo largo de las eras; por otro lado, la vida ha evolucionado durante todo ese tiempo, con periodos alternos de estabilidad relativa y cambio acelerado, dando origen a una enorme diversidad de manifestaciones, que nosotros solemos llamar “especies vivientes” y de las cuales algunos grupos desaparecieron en un tiempo geológico relativamente corto mientras que otros han persistido por cientos de millones de años sin haber cambiado mucho.


Finalmente tenemos el hecho de que no existe a la fecha una definición inclusiva de todo lo viviente –desaparecido o actual- por lo cual tenemos que caracterizar al fenómeno de la vida por una serie de propiedades (nutrición, reproducción, irritabilidad, adaptación, interacción y evolución) que además no se manifiestan por igual en todos los seres vivientes y que tienen formas o estrategias diversas y hasta contrastantes para sobrevivir, aun al interior de un mismo grupo o taxón. Lo anterior lo podemos constatar al comparar al minúsculo insecto con la enorme ballena, a la orquídea con el cactus, o a la bacteria que cumple su ciclo vital en unas horas mientras el majestuoso árbol de secuoya llega a edades de hasta tres mil años.


Para poder estudiar y comprender tal diversidad los biólogos trataron, hacia fines del siglo XIX, de establecer una unidad básica o fundamental que constituyera la base de la vida. Así, en 1838 el histólogo Matthias Schleiden (1804-1881) y el botánico Theodor Schwann (1810-1882) postularon la llamada “Teoría Celular”, que establece básicamente que todos los seres vivos están formados por pequeñas unidades llamadas células, y que todas las células provienen siempre de otra célula.


Este principio fundamental, aunque se suele tener como un conocimiento “básico” de las ciencias, encierra en sí una gran complejidad, ya que el estudio de las estructuras de cualquier célula –así sea tan “sencilla” como una bacteria- nos revela un enorme grado de especialización y un nivel de funcionamiento tan complejo como eficiente; podemos ilustrar lo anterior si reflexionamos en que las funciones que realiza día a día un organismo complejo –como lo somos nosotros mismos- se repiten fundamentalmente en cada una de nuestras células así como en el organismo unicelular, tan distinto de nosotros.


En el interior de cada célula el material genético o genoma del individuo le da identidad con respecto a su especie correspondiente, funcionalidad -ya que determina cómo aquel individuo se desarrollará y qué funciones fisiológicas deberá cumplir a lo largo de su vida- e individualidad, pues cada ser viviente posee una información genética particular que lo distingue del resto de su especie por más que a la simple vista pueda parecer “igual a los demás”.


Al pensar en la enorme biodiversidad –o diversidad de especies distintas- que pueblan nuestro planeta y cómo año con año se descubren nuevas especies en los diversos grupos de animales, vegetales, hongos y microorganismos (a despecho de la degradación del ambiente, que ha provocado una extinción masiva de especies que hace décadas aún existían) y al profundizar en cómo cada ser vivo dentro de su especie es un organismo irrepetible, es cuando nos asombra que esto haya podido ocurrir en el medio de la inmensidad insondable del cosmos.


Me parece oportuno aclarar, antes de concluir esta breve reflexión filosófica, que a los virus no se les ha considerado seres vivos en sentido estricto por dos motivos: en primer lugar porque cuando Schleiden y Schwann formularon la Teoría celular  en 1838 simplemente no se sabía todavía de su existencia, que fue descubierta por el científico ruso Dimitri Ivanov hasta 1892 estudiando la enfermedad del mosaico del tabaco y, en segundo lugar, porque no cumplen con las funciones vitales básicas –no se alimentan, no respiran, no crecen ni poseen estructura celular alguna-  y aunque poseen en su interior un juego incompleto de material genético son parásitos que “secuestran” el material genético celular de plantas y animales para producir copias de sí mismos. En cierta forma están en la “frontera” entre lo viviente y lo que no lo es.


Finalmente, el fenómeno de la vida, su origen y evolución, siguen siendo aún un misterio insondable y a despecho de teorías y suposiciones –algunas científicas y otras fantásticas- en la inmensidad del universo sólo conocemos la vida sobre la superficie de nuestra Tierra; sobre este planeta aparecimos y sólo en él podemos vivir, de ahí la necesidad de cambiar nuestra actitud antropocéntrica -que tanto ha destruido al medio ambiente- y asumir que como individuos y como especie somos tan frágiles como el más sencillo de los microorganismos o la más delicada de las flores.

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