domingo, 25 de octubre de 2020

DESDE EL AULA PROFESOR JULIO HERNANDEZ RAMIREZ

 


Consumada la extinción de más de un centenar de fideicomisos, desoídas las voces disidentes y el justo reclamo de la sociedad, dos intenciones quedan manifiestas: el manejo discrecional de enormes recursos y su disposición para el financiamiento de programas clientelares cuya rentabilidad es puramente electoral. Ofensivas a la inteligencia resultan la banal explicación de un secretario de hacienda extraviado y la justificación del presidente bajo el sofisma de que extingue los fideicomisos porque en ellos había corrupción y una vez aprobada la extinción dice que va a investigar en cada uno de ellos para ver si la hubo. Ante tan manifiesta contradicción, las palabras salen sobrando. Más claro ni el agua.



Mucho se ha hablado del desabasto de medicamentos. Los medios de comunicación han dado cuenta de la justa protesta de padres de niños con cáncer por la falta de las medicinas necesarias. El personal de salud en hospitales públicos ha dejado constancia de su inconformidad por la carencia de los insumos básicos para el cumplimiento de su labor. La tasa de letalidad en infectados por el COVID es de las más altas del mundo; ante todo ello, poco se dice por la autoridad.


Se pudiera replicar que tales afirmaciones carecen de sustento y que son expresiones de corrientes opositoras, por desgracia no es así, y la realidad, terca como es, lo confirma todos los días.



La trampa del pecado de la soberbia radica en la imposibilidad de reconocer errores. Quien la padece patina en la misma necedad negándose a cualquier oportunidad de corregir. En el embeleso de la propia megalomanía no percibe los barruntos ni capta los mensajes entre líneas ni percibe el silencio retador de la sociedad y minimiza cualquier manifestación de inconformidad. Se ignora que atender las voces sensatas a tiempo puede marcar la diferencia entre continuar o retroceder. Varios son los presagios de que se puede estar en el principio del fin, en el lumbral del vacío. La reciente concentración multitudinaria en el zócalo capitalino, donde todos llegan por sus propios medios, mostrando una conducta de orden y respeto, y los resultados de las elecciones de Coahuila e Hidalgo así lo demuestran.



La reforma educativa promulgada por Peña Nieto, aunada a la soberbia del entonces Secretario de Educación, causaron un enorme y justificado descontento entre el magisterio en general. Hábil, el hoy Presidente, capitalizó tal inconformidad, ofreciendo echar atrás dicha reforma, los aplausos fueron hasta la histeria. El señuelo funcionó, el engaño se dio, hoy, la decepción es grande.



Sería por demás interesante que todos los docentes, con un juicio sereno, en un ejercicio crítico y objetivo, realizaran un análisis comparativo entre la reforma de Peña que tanto se combatió y la del 2019. Quedará demostrado que esta última resulta, en muchos aspectos, más lesiva a los intereses del Magisterio.



Es pregunta. ¿Qué opinión le merece la desaparición del programa de escuelas de tiempo completo, el que los estímulos no sean considerados para efectos de jubilación y la reducción de un noventa por ciento del presupuesto para las escuelas normales en el ejercicio del 2021?






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