Cerca
del Cielo.
Muerte
donde no vuelan los pájaros.
Es la idea anticipada
de lo que vas a hacer lo que te asusta;
no lo que vas a
hacer.
Autor
desconocido.
Adrián Benítez Morales mexicano de 34
años y soltero empedernido, trabajaba arduamente para varias depedencias
gubernamentales y compañías privadas, como asesor en el tratamiento de aguas.
Lo hacía con objeto de procurarse los medios para dedicar todo el tiempo
posible a su verdadera pasión: el alpinismo. Hombre afable y entusiasta, estaba
dispuesto a desplazarse a cualquier punto del orbe si se trataba de desafiar a
una montaña. Era tal su amor por ese deporte, que consideraba un honor y un
privilegio morir en alguna cumbre de los montes Himalaya.
El fatídico verano de 1992, Adrián y dos
compatriotas suyos, Ricardo Torres Nava, medico de 39 años que había sido el
primer latinoamericano en coronar el Everest, y Héctor Ponce de León, de 26
años, integraron una de las expediciones
que intentarían la conquista del K2 en esa temporada. El 13 de agosto,
todos los grupos habían llegado al Campamento IV, situado a 8100 metros de
altura. Al equipo mexicano le faltaba un día de ascenso para llegar a la cima.
Debían acometer la etapa final de la
escalada a la media noche del día 14, pero una violenta tormenta se abatió
entonces sobre la montaña y ellos se vieron obligados a esperar. Preocupados por
los efectos que surtiría en ellos la escases de oxigeno si permanecían
demasiado tiempo a esa altitud, prefirieron bajar al campamento III hasta que
la tormenta cesara. Héctor se quedo en el
Campamento IV con otros escaladores. En el descenso, Adrian y Ricardo
encontraron un empinado tramo de nieve y hielo en el que resultaba difícil
asegurar una cuerda. Ante ello, decidieron turnarse para descender un metro
cada vez, hasta alcanzar una cornisa de 30 centímetros de ancho situada unos 20
metros abajo. Más allá de esa saliente se abría un precipicio de 1500 metros.
Ricardo bajó primero, tras lo cual se
apartó y se afianzó con su pico de alpinista. Era el turno de Adrián. Éste
descendió unos centímetros, se detuvo y le indicó a Ricardo que se sujetara
bien, porque se disponía a alcanzar la cornisa de una sola vez. El siguiente
recuerdo que conserva Ricardo es el de la cuerda oscilando en el aire y Adrian
precipitándose en el abismo.
Sobrecogido de pesar y terror, Ricardo
permaneció inmóvil durante 10 minutos. Luego empleando el pico, consiguió llegar
a la cornisa. Estaba tan asustado, que tardó una hora en recorrer los 20 metros
de longitud de la saliente. En cuanto pudo pidió socorro por radio.
Hora y media después comenzó a caer una
espesa nevada, y aun no había llegado ayuda. Ricardo decidió continuar el
descenso en medio de la tormenta. Al
cabo de una hora se encontró con
unos norteamericanos que lo condujeron al Campamento III.
Si volviera a la vida, Adrián quizá
consideraría que su ardiente pasión lo consumió, literalmente. Al parecer, el
K2 escuchó su deseo de terminar sus días
en una montaña.
(Carmen
Gómez. Tomado de la revista Selecciones
de mayo de 1994).
Homenaje en estos días que festejamos a
nuestros muertos a quienes cayeron en la montaña. No tuve la oportunidad de
conocer en persona a Adrián, pero los comentarios de Héctor, Ricardo y del
mismo Andrés Delgado, quien muriera años después escalando en la India, me
hicieron saber y sentir la pasión de Adrián, una pasión tan profunda por el
alpinismo, que jamás dudó en ofrendarse ante la montaña.
Yo sí conocí a Adrián.
ResponderBorrarTenía mi edad.
Dios lo tenga en su Gloria.
Te olvidaste mencionar que usaron un palo de ski como ancla.....
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