lunes, 2 de noviembre de 2020

DESDE LA FINCA - Por el Cortador



Muertos y tradiciones.- Desde hace varios días las chiquillas rodean a los abuelos quienes les explican la forma que ellos aprendieron a poner el altar de la ofrenda. La bisabuela, doña Josefina, les transmite lo que ella aprendió de la anterior generación, costumbres que se han mantenido por siglos a pesar de las influencias extranjeras: “Esta fiesta es de las más bonitas del año, nos visitan familias y amigos que ya habitan en otro plano, pero viven en nuestro recuerdo”. El viejo cortador, curtido por las tradiciones y asesorado por viejos ancestros, callado observa la escena. La vieja curandera, oráculo de sabiduría, sigue con su explicación: “La ofrenda del Día de Muertos se coloca en un altar elaborado con diferentes elementos, dependiendo de la zona. Aquí lo hacemos regularmente con rama tinaja y cempasúchil. Con imágenes de los santos como la virgen del Carmen, o San Martín Caballero, un crucifijo, fotografías de difuntitos, velas, flores y la ofrenda propiamente dicha, es decir, las comidas y bebidas favoritas de los difuntos, cervezas, cigarros y aguardiente. Pero especialmente destaca la gran variedad de tamales, que es otro ritual familiar. El altar debe de constar de tres planos, con cielo o arco de ramas, que significa estar bajo la protección de Dios; en otros lugares lo hacen de nueve planos y algunos a ras de piso. No debe faltar un sahumerio con incienso, cuyo humo simboliza una ofrenda espiritual; un vaso con agua, para mitigar la sed de las ánimas; sal que significa la purificación; adornos de papel de china; flores naturales o de papel en colores amarillo, rojo y blanco. Flores rojas como tulipán o mano de león, que significa el amor; flores blancas como gardenias, azucena o nube, que simboliza el perdón; flores amarillas de cempoal, símbolos de luz. Otro elemento muy importante son las velas que representan la luz divina, una vela para el ánima sola, para los que no tienen quien rece por ellos; bases naturales para colocar las velas como tallos de mata de plátano. Canastitas con dulces en honor de los niños difuntos; frutas, dulces y bebidas de la región o del gusto del difunto, quien ese día viene a degustarlos”. Platicando y moviendo las manos, va colocando los manteles y los adornos. Las niñas y jovencitas participan en la faena muy interesadas. Cambiando el tono dulce, por un severo, la anciana diligente, continúa: “La religión cristiana, con la fuerza de la espada y la cruz, logró con el tiempo fusionar lo mágico indígena con el ritual cristiano, haciendo que aquellos fingieran adorar las imágenes extranjeras, pero siguieran adorando a sus dioses. La creencia de ambos en cuanto a una vida posterior a la muerte, consiguió que ambas culturas caminaran juntas, por lo que hoy, ritos prehispánicos y cristianos, hacen un interesante sincretismo”… El viejo sabio campesino, motivado por los recuerdos y con su característico sentido del humor, por fin rompe el silencio: “Yo les voy a platicar una historia de muertos. Cuando tenía 12 años mi papá me llevó al velorio de un amigo suyo que yo no conocía. Cuando llegamos me quedé en un rincón esperando la hora de irnos, y mientras esperaba, se acercó un hombre, se agachó para verme cara a cara y me dijo: ‘Aprovecha la vida, chiquillo, persigue tus sueños, sé feliz, vive hoy como si fueras a morir mañana’. Pasó la mano en mi cabeza y se fue. Antes de irnos, mi papá me obligó a despedirme del muerto. Durante todo el tiempo que estuvimos ahí me sentí muy nervioso, pero cuando miré el ataúd me asusté como nunca. El muerto era el hombre que conversó conmigo cuando estaba en el rincón. Esto me atormentó durante muchos años y no se lo conté a nadie, hasta que descubrí algo increíble que cambió mi vida: Aquel difunto hijo de su pinche madre, tenía un hermano gemelo”…

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