lunes, 26 de junio de 2017


Cerca del Cielo.
Por: José Ramón Flores Viveros.
Las madres hacen milagros.
¿Por qué vivir atormentado en el pasado, habiendo tanto por vivir en el presente?
                                        Anónimo.

El mes pasado se celebró a las madres. En la revista selecciones de mayo, encontré algo que me gustó mucho es de Anne Roumanoff. “Feliz Día de la Madre a las mamas cansadas y a las que cansan, a las consentidoras y a las ausentes, a las que lloran y a las que nos hacen llorar, a las que se toman todo en serio y a las que no se toman nada en serio. Feliz Día de la Madre a las que se arreglan y a las que no lo hacen, a las que dan sin condiciones y a las que están dispuestas a ayudar. ¡Feliz Día de la Madre a todas las mamás. Ahora sé que ninguna debe sentir culpa porque todas dan lo mejor de sí”.

Estando en Bolivia hace ya algunos años, vagaba por el centro de la Paz, realizaba los preparativos para poder integrarme a una expedición internacional, cuando de manera inesperada fui presa de un miedo irracional, que hizo mi andar como  un autómata. Fue como si un foco amarillo se hubiese encendido en mi interior. Era día martes, había llegado a Bolivia apenas el domingo, algo no estaba encajando en mis planes, algo que no lograba entender ni explicarme. Andrés Delgado me había encargado que buscara al alpinista Bernardo Huarachi, “Le dices a Bernardo que vas de mi parte, y que te apoye en lo que él pueda”. Andrés había escalado con el boliviano las más importantes montañas de la Cordillera Blanca, y Huarachi se convertiría años más tarde en el primer alpinista de ese país en conquistar el Everest. No encontré a Huarachi y esto aumento mi sensación de soledad.
Mi angustia llego a ser tal que tuve la necesidad de hablar con mi mama. Llamé a Coatepec y justamente ella me contestó. Las madres fueron diseñadas con dispositivos especiales y misteriosos difíciles de explicar y entender. Por más que intenté por parecer natural, enseguida supo que algo estaba ocurriendo conmigo, que algo estaba pasando. Casi me pongo a llorar, la verdad era que sí sabía lo que me estaba ocurriendo, pero hasta ese momento me atreví a reconocerlo, el miedo irracional surgió al ver una postal del Huayna Potosí, donde se apreciaba una parte temible de su cumbre que necesariamente me tocaría realizar. Nadie me había hablado de este asunto temible. Lo que experimenté fue algo indescriptible, tuve la seguridad de que cuando estuviéramos escalando La Pala, caería al vacío sin remedio, y algo que también me comenzó a atormentar fue la broncota en la que iba a meter a mi familia.
La voz de una madre es como encontrar agua en el desierto. ¿Habrá algo que una madre -aunque no pueda hacer nada realmente- se niegue a enfrentar por ayudar a un hijo? Cuando le expuse preocupado el verdadero motivo de mi llamada, ella de manera práctica me pidió que simplemente renunciara a escalar la montaña. No tenía compromiso alguno con patrocinadores y esto fue algo que también ella resaltó. Lo más valioso de haber hablado con ella fue la capacidad que tuvo para trasmitirme confianza y seguridad en aquel momento tan difícil y complicado en que mis emociones me tenían al borde del colapso.
Finalmente decidí ir a la montaña y todo fue un éxito, pero estoy plenamente convencido que haber hablado con mi madre fue fundamental .Haberla escuchado me dio rumbo y certeza y sobre todo seguridad. Posteriormente viví aquella misma tarde una experiencia espiritual insólita, muy difícil de poder explicar. Más para un auténtico escéptico como lo soy yo.

El día de hoy mi mamá ya no se encuentra en esta dimensión y el haber encontrado este artículo, es una respuesta a muchos cuestionamientos que aún me sigo planteando con respecto a mi propia madre. Cuestionamientos dolorosos que me quitan la paz interior, ya que pretendo de la manera más injusta juzgarla por algunos de sus actos. Tal vez se tomó, muchas veces, la vida más en serio de lo que debió ser. Pero no por eso dejó de querernos ni desentenderse de nosotros. A su manera siempre estuvo a nuestro lado e hizo sentir su presencia y ayuda incondicional como ocurrió cuando me encontraba a miles de kilómetros de ella.

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