lunes, 26 de noviembre de 2018

Cerca del Cielo - Por: José Ramón Flores Viveros

La montaña es sádica y cruel

Una amiga me preguntó recientemente por los alpinistas muertos en el Pico de Orizaba. Le comentaba que las montañas son peligrosas siempre, recuerdo una ocasión que Andrés Delgado guió a un grupo de altos empleados de la compañía Nestlé y me invitó a subir el Pico con ellos. Nos vimos en Tlalchichuca, de ahí Joaquín Canchola Limón nos subió en sus camionetas al albergue de Piedra Grande. Conocí en esa ocasión a su papá Don Santiago Delgado, quien en sus años de juventud había practicado también el montañismo.

Andrés fue uno de los mejores alpinistas de México, una de sus virtudes fue el orden y la disciplina. Logró hacer cumbre en el Cerro Torre de la Patagonia con Carlos Carsolio, considerado muchos años como imposible de escalar. A pesar de ser considerado como un tipo arrogante, tuve la oportunidad de conocer su parte humana y profesional. Dueño de un temperamento de acero ante los peligros de la montaña. Fue uno de los pocos sobrevivientes en el peor desastre ocurrido en la historia del Everest en 1996. En esa ocasión Andrés quedó varado arriba de los 8 mil metros de altura, cuando se soltó una brutal tormenta que mató todo lo que se encontró. Los alpinistas que se subían rumbo a la cumbre y los que ya regresaban, fueron prácticamente desintegrados de la montaña más alta del planeta. Scott Fisher uno de los mejores alpinistas de Norteamérica, y quien había logrado hacer cumbre en el K2, fue una de las victimas mortales. En esta montaña existe una ley no escrita: si a las dos de la tarde aun no se ha llegado a la cumbre, hay que regresar, aunque ya esté a la vista la cercanía de la cima.

Fisher sabía, conocía de la crueldad de la montaña, sabía de su comportamiento, por acompañar a un cliente que hacia su segundo intento por conquistar el Everest, jugó con el cruel destino, sabiendo perfectamente, que las cartas estaban echadas. Cuando se soltó la tormenta, los alpinistas que se encontraban en las alturas, enloquecieron prácticamente, todo mundo, presa del miedo y del pánico, perdiéndose el orden y la cordura de las expediciones. El miedo hizo su parte. La muerte de Fisher fue espantosa, quedo cubierto por una cubierta de hielo. Al día siguiente, todavía con vida, rompió la capa que lo cubría, se movía como autómata, y aun en este lamentable estado, logro sacar su teléfono satelital y le marcó a su esposa a Estados Unidos, quien se encontraba embarazada. No lograba establecer comunicación, pero milagrosamente la llamada entró finalmente, le explicó con la voz quebrada por el sentimiento, todo lo que había ocurrido, y se despidió de ella.

Por su parte, Andrés logró llegar a su tienda de campaña, donde permaneció varios días aguantando la furia de la naturaleza, llegó un momento en que perdió el conocimiento. Por su mente desfilaron escenas de su infancia, de su juventud, vio a su mamá sosteniendo la tienda para que no se la llevaran las violentas ráfagas de viento, animándolo a seguir luchando. Fue presa de alucinaciones donde ya no se sabe distinguir el límite entre la realidad y la alucinación.

Cuando nos vimos en Coatepec, meses después de la pesadilla, me externó que la enseñanza que el Everest le había dejado, es que las montañas son siempre peligrosas, había sido un parte aguas en su vida; al regresar a México en silla de ruedas, había tomado la decisión de retirarse definitivamente del alpinismo, había pensado con convicción “Ya no más”. Al hablar con su mamá Doña Carmen Calderón, le suplicó que ya no quería volver a vivir lo mismo. Pero fue en una plática con su papá Santiago que le preguntó que si aún tenía miedo de volver al alpinismo. Andrés no le contestó, se quedó pensando, y entonces su papá le contó algo del famoso futbolista Pelé, en sus inicios con el Santos, tenia 15 años y no faltaban los envidiosos, en un interescuadras un defensa le entró con toda la mala fe, con toda la intención de dañarlo. Aquella agresión, hizo pensar al joven en abandonar su sueño de ser futbolista, su papá al verlo con miedo le dijo: “Ningún marinero se hace bueno en aguas tranquilas, es en las tormentas donde lo consigue ser”. La historia fue que Andrés regresó a las montañas, regresó e hizo cumbre en el Everest. Sin embargo, la moneda había quedado en el aire para Andrés Delgado Calderón.

En 2006 Andrés partió a la India, era el mes de septiembre, tuvimos un breve diálogo por correo electrónico donde me compartió que trataría junto con Alfonso de la Parra, ser los primeros mexicanos en conquistar el Chungabang de los Montes Himalaya. Una montaña extremadamente peligrosa por su forma geométrica y propensa siempre a feroces avalanchas. Acordamos que vendría a Coatepec a su regreso. A mediados de octubre por la noche, por teléfono mi hija Mariana, preocupada me dijo: “Papá, prende la tele, están hablando de Andrés, algo le pasó en la India”. Angustiado prendí el aparato, aunque se hablaba de que se encontraban extraviados en esa montaña, estallé en llanto, supe de inmediato que Andrés ya no se encontraba en este planeta.

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