lunes, 26 de noviembre de 2018

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

El caserío ralo y humilde se encuentra montado en una estrecha franja que delimita al poniente la montaña y al oriente un arroyo que se desliza manso y silencioso esperando la tormenta para llenarse de brío recibiendo torrentes que bajan la ladera para luego correr desesperado y violento hasta perderse en la entrañas insondables de la presa el Temazcal, mientras mantiene aislados a los estoicos moradores de las viviendas sembradas entre rocas blancas.

Es de poca estatura. Su cuerpo enjuto, poco ríe, pero su mirada es serena y su rostro apacible. Nunca lo vi alterado, menos desesperado. En las tardes lánguidas y extensas de mayo en el horario natural, luego de la ruda jornada en el cañal, conversaba y aprendía con él. Sentado en una silla de palma en la aguadera de su jacal, se zafaba los guaraches de correa y restregaba sobre la tierra desnuda los pies callosos de tanto andar el surco, el sombrero de plan sobre la rodilla deja a la intemperie un cabello amarquetado por el sudor del día caído sobre la frente, las cienes y la nuca.
Contrastaba con su esposa mujer robusta de risa fácil, carácter recio y noble, corajuda y fiel. En las noches, envueltos en la magia seductora de la montaña, comerse una tortilla martajada sobre el metate, con salsa macha y acompañado de un trozo de mazate en el embeleso de una plática sin poses, era en verdad, una delicia que añoro y valoro, que extraño y deseo.


Maestro, me dice con ese misticismo que hay en su expresión y en sus palabras: “sacamos a nuestros enfermos en parihuela y el camino es largo. La niña del vecino, apenas de 10 años, no aguanto. Se nos murió en el camino. Maestro debe usted saber, en la vida hay sufrimiento y misterio. Cuando regresamos con su cuerpecito, en la sala de su casita estaba enroscada una enorme víbora de cascabel levantando la cabeza. Era su madre que se despedía de ella, sabe usted, su madre no es de aquí y es nahual, vive en un pueblo donde casi todos son nahuales”. ¿Cómo decirle que ese pueblo es vecino al mío?

Maestro, me sigue diciendo mientras clava su mirada dulce en la mía llena de asombro y admiración: “en la vida hay dolor y gozo, 11 hijos he visto morir en mis brazos y en el camino. Cuando oprimido sobre mi corazón, siento como se estiran y dejan de existir, hay pesar, hay emoción y sentimiento. Dios lo quiso, Dios me los presto y Dios se lo llevo, pienso dejando correr las lágrimas por mi rostro mientras mi ser entero se estremece y mañana… la vida sigue”.

Hay de penas a penas y de sufrimiento a sufrimiento. Hoy valoro la suerte de mi convivencia con estas personas, su recuerdo me ayuda. Hay momentos de tribulación y congoja, pero después de la tormenta siempre sale el sol más radiante. Vivir agradecidos es un don que debemos pedir, cada mañana que abrazamos, es una oportunidad maravillosa de vivir. Cuando el aguijón del infortunio taladra el sentimiento, vale mirar alrededor para percatarse de que hay penas que no son penas, tan solo oportunidad de templar el carácter. 

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