Bastimento e historia.- Los ratos de sol, que esta semana han sido frecuentes, deja atrás el gélido frío que este año llegó más temprano. Cundo no llueve o deja de sentirse la fina brisa que acompaña a la niebla, los cortadores aprovechan para entrarle al surco y aprovechar el corte que cada vez es más abundante. Todavía hay mucho grano verde pero las manos hábiles de los cortadores seleccionan los rojos y van llenando los tenates. Las manos callosas no lastiman las ramas ni cortan los que no han alcanzado el color y el tamaño que distinguen la calidad del producto. Las frías ramas acarician los cuerpos enjutos de los cortadores que les mojan la ropa, desde los huaraches hasta el sombrero. Pero es parte del ambiente. Disfrutan el día entre las charadas, el viejo radio y los silbidos que dan vida a las lomas y a las laderas. La leña para hacer la lumbre está húmeda y hay que llevar papel periódico y un pedazo de ocote porque cuesta que encienda por la humedad de la finca y de las barañas. El humo de la leña verde anuncia la hora de la comida. Una vez que ha prendido bien, los campesinos sacan su bastimento para calentar los tacos y compartir con todos, las picosas y variadas viandas. Tacos rellenos de quelites, enchiladas rellenas de frijoles, gorditas picadas y dobladas de salsa de molcajete, son parte del alimento que las mujeres elaboran desde muy temprano en el comal del bracero. Salen unos chiles de cera asados rellenos de queso y epazote. Un trago al aguardiente de Mahuixtlán complementa el banquete. El aroma inunda el cafetal y se confunde con el olor a tierra mojada. Mojados pero contentos disfrutan con gran deleite la pausa del jornal. El viejo cortador curtido por el tiempo y el trabajo rudo, mitiga lo enchilado con un buche de “burro” que no le falta en su morral. Bufa satisfecho y un “alas sin filtro” pa’ espantar el mosco. Una naranja china, que en esta época abunda, sustituye al postre. Algunos llevan café en una botella que comparten gustosos. “Desde hace más de doscientos años que vivimos de este producto”, comentó el viejo sabio de las laderas como para sí mismo pero escuchado por todos. “Cuéntanos cómo llegó el café a Coatepec, Abuelo”. Ni tardo ni perezoso, el ilustrado patriarca de las fincas se arranca sin vacilar: “La historia me la contó mi compadre Ruperto, quien cuenta que el café llegó en el año de 1808 al puerto de Veracruz, procedente de Cuba. Llegaron 6 mil matas en barco y luego en ferrocarril a Coatepec. Me mostró un escrito donde dice que en el año de 1808 luego que recibió el presbítero D. José Santiago Contreras la tierra de Tecosolco proyectó sembrar café y valido de la amistad que tuvo con el español d. José Arias dueño de la hacienda de Zimpizahua, atendiendo a que tenía relaciones de amistad en la Habana, le habló para que hiciera un pedido de plantía de café para sembrar en Tecosolco y aunque D. José Arias no lo probó bien; hizo el pedido de seis mil matas de café a un amigo que vivía en la Habana y llegó a Veracruz el envío del café que hicieron de Cuba el día 16 de mayo de mil ochocientos ocho…”. Le da otro trago al café y sigue: “No se tiene el lugar ni la fecha exacta de dónde se sembró primero, si en Zimpizaha o Tecosolco, tampoco si llegó promero a Chiapas o Michoacán, pero si hay certeza que a esta región el café llegó hace 110 años…” Concluye haciendo una señal que significa que tienen que volver al surco para continuar el corte aprovechando que no llueve: “Este fin de semana hay que festejar este acontecimiento. Habrá una cantata sinfónica a la que hay que asistir y también hay que ir al Cerro de las Culebras porque es la festividad de Cristo Rey”.
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