lunes, 9 de septiembre de 2019

DESDE EL AULA Por Prof. Julio Hernández Ramírez

Se apellida Araujo. Provenía del norte del estado, llegó a trabajar como profesor de educación primaria a la pródiga región de la mixtequilla. Se enamoró, se casó y se quedó. Era de buen trato, ordenado y metódico; conocido y estimado. Tenía doble plaza –otros tiempos- su esposa también era maestra. Su casa era bonita, amplia y de buen gusto, sin embargo, era motivo de fuertes críticas, él lo sabía sin que en abierto se lo dijeran. La razón: su hijo de 12 años trabajaba como betunero los sábados y domingos por la mañana en el parque de la cabecera municipal.

Nos caímos bien, de cuando en cuando platicábamos sobre diversos temas, a veces en su casa, a veces en lugares más impersonales; no fui yo, fue él quien puso el dedo en el motivo de la crítica. Un día me dijo: ¿Sabes que mi hijo da ‘bola’ en el parque los fines de semana? Sí, se comenta, respondí. ¿Sabes cuál es mi razón? No, fue mi lacónica respuesta. Se puso serio un instante para luego reírse en esa forma tan natural, tan suya, antes de exponer una explicación que al menos yo no había pedido, pero que resultó por demás interesante.

Mi vida de niño, de joven y estudiante, fue dura y llena de carencias –dijo- por eso no quiero caer en el error de pretender dar a mi hijo todo con tal de que no sufra lo que yo he sufrido, porque alcanzo a entender de que si así lo hiciera, lejos de ayudarlo le haría daño. Sé que muchos me critican porque permito que trabaje los fines de semana dando lustre al calzado de los paisanos, en realidad, poco me importa, pesa más sobre mi ánimo el hacer de él un hombre de bien, responsable, exitoso y feliz, para lograrlo, los cimientos se tienen que construir hoy.

Trabajar en la forma en que él lo hace –agrega- le permite entender que no hay trabajo honesto que resulte denigrante. Aprende también a valerse de su propio esfuerzo y se forma en la conciencia de lo valioso que resulta utilizar el tiempo de manera inteligente.

Se esmera en su trabajo y le va bien, me he cuidado de acostumbrarlo a la entrega íntegra de lo obtenido en el día. Le doy lo necesario para darse un gusto propio de su edad, y lo demás –debes saberlo- lo deposito religiosamente en una cuenta que exprofeso le aperturé, en la cual le agrego una cantidad similar como premio a su dedicación.

Cuando alcance la mayoría de edad, le diré: mira, es tuyo, es el resultado de tu trabajo has aprendido a ser responsable y entiendes ya, el valor del ahorro. Te recomiendo lo utilices responsablemente. Tienes cuando menos tres opciones: gastarlo en gustos y placeres, guardarlo, o hacerlo crecer con creatividad y disciplina.

Los jóvenes no merecen solo dádivas que les atrofien sus enormes capacidades haciendo de ellos seres dependientes atrapados en la mediocridad. Necesitan respeto formación y oportunidades de empleo y desarrollo.



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