lunes, 27 de enero de 2020

EDITORIAL



En una vieja leyenda, allá por el 1284, la ciudad de Hamelín estaba infestada de ratas. Apareció un desconocido que propuso liberarlos de tan indeseable compañía a cambio de una recompensa. El pueblo aceptó el trato, el hombre tocó una flauta e hizo salir a todos los ratones, que luego siguieron al flautista, y este los llevó hasta el río Weiser, donde murieron ahogados. Entonces la gente se negó a pagar la recompensa. El flautista regresó un día de junio y, en acto de venganza, con la música de la flauta se llevó a todos los niños y niñas que fueron tras él hasta una cueva de donde nunca regresaron.

Las fábulas esconden historias y símbolos. ¿Ha regresado el flautista de Hamelín a buscar a los niños? Hoy una extraña “música” amenaza con llevárselos y robarles la inocencia de un tirón. Desde muy pequeños están sometidos a lenguaje de adultos. Consumen canciones marcadas por altas dosis de sexo, videojuegos y audiovisuales que estimulan la cultura de la violencia… Desde el cuarto donde juegan conectados, en videojuegos de extrema violencia uno dice feliz: ¡Ya maté a más de 30! Ante esas realidades, la familia, la escuela y la sociedad, tienen nuevos desafíos culturales. ¿Cómo educar hoy a nuestros hijos?

Estimulemos el hábito de lectura y la capacidad de asombro. La comunicación se ha convertido en una gran brecha, a veces se prefiere que se distraigan con la tele o la Tablet, o se prefiere que se duerman con el celular entre las manos.

Ante la época cibernética, el vertiginoso mundo de los medios de comunicación y ahora las redes sociales, es cuestión de segundos enterarnos de manera gráfica e inmediata sobre los actos violentos y las implicaciones que éstos tienen. Basta con incursionar en youtube, la TV o la industria del cine para observar una infinidad de acontecimientos llenos de agresión incesante.

El asunto se ha convertido en un problema socio-cultural e histórico que abarca violencia de género, violencia escolar, violencia social, violencia familiar, violencia en las relaciones de persona a persona, violencia verbal, psicológica, emocional, entre otras. Pone los pelos de punta cuando vemos a niños que toman las armas, en Guerrero para defenderse de la delincuencia organizada que asesinó a sus padres que eran músicos. El grado de descomposición es extremo.

En México, los casos la violencia domina todos los sectores y ámbitos. Los niveles de violencia escolar cobran consecuencias hasta el grado de la muerte. Como maestros, padres de familia y ciudadanos, habría que preguntarnos ¿hemos entrado en un grado de indiferencia tal ante esto que atentar contra la dignidad y la vida de las personas ya no causa ningún asombro? ¿Hemos llegado a un punto de cotidianidad violenta que los sucesos que vivimos en nuestras escuelas y lo que se publica por redes sociales y medios de comunicación ha derivado en la pérdida de la capacidad de asombro? Y no es que la capacidad de asombro no exista, que la sensibilidad del ser humano sea indiferente, ¿Hacia dónde caminamos como humanos? ¿Hacia una sociedad violenta sin capacidad de asombro e indignación?


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