jueves, 27 de abril de 2017

Cerca del Cielo.


Por: José Ramón Flores Viveros.

Inicio agradeciendo al Consejo Editorial del Semanario ESPRESSO por la oportunidad de aparecer en sus páginas.

Aunque esta columna su contenido siempre ha sido de carácter deportivo, debo agradecer que también se me ha permitido hablar de un tema un tanto oscuro de mi vida como lo fue el alcoholismo. Mismo que también me sirvió como plataforma para salir adelante, aunque parezca una contradicción. Si no hubiera sido por este capítulo triste, difícilmente hubiera siquiera pasado por mi mente la idea de escalar en el extranjero. Hace ya casi 30 años, cuando mi vida se colapsó, se paralizo prácticamente, cuando todo había concluido para mí y debo reconocer que hasta pensé en la muerte con 29 años de edad. Justo en aquel momento, en aquella coyuntura, en aquel punto final, un débil rayo de luz apareció al final del túnel. Puedo decir que justo cuando todo parece haber terminado, es realmente el principio de algo nuevo, de algo sorprendente e increíble.


Les comparto fragmentos de oro de un libro que escribió un ser humano con mucha luz, un ser extraordinario,  se titula “Cómo ganar amigos e influir sobre las personas”, de Dale Carnegie.

Dale decía lo siguiente. Casi todos los adultos normales quieren:

1.- La salud y la conservación de la vida
2.- Alimento
3.- Sueño
4.- Dinero y las cosas que compra el dinero
5.- Vida en el más allá
6.- Satisfacción sexual
7.- El bienestar de los hijos
8.- Un sentido de propia importancia

Casi todas estas necesidades se ven complacidas en la vida, todas en verdad, menos una. Pero hay un anhelo casi tan profundo, casi tan imperioso como el deseo de alimentarse y dormir, y ese anhelo es satisfecho muy rara vez. Es lo que llama Freud “El deseo de ser grande”. Es lo que llama Dewey “El deseo de ser importante”.


Lincoln empezó una  vez una carta con estas palabras: “A todo el mundo le agrada una lisonja”. William James dijo: “El principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado”. Véase que no hablo del “deseo”, sino del anhelo de ser apreciado. Ahí tenemos una sed humana infalible y persistente; y a los pocos individuos que satisfacen honestamente esta sed del corazón, podrán tener a los demás en la palma de la mano y hasta el sepulturero se apenará cuando mueran.

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