Cerca del Cielo.
Por:
José Ramón Flores Viveros.
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agradeciendo al Consejo Editorial del Semanario ESPRESSO por la oportunidad de
aparecer en sus páginas.
Aunque
esta columna su contenido siempre ha sido de carácter deportivo, debo agradecer
que también se me ha permitido hablar de un tema un tanto oscuro de mi vida
como lo fue el alcoholismo. Mismo que también me sirvió como plataforma para salir
adelante, aunque parezca una contradicción. Si no hubiera sido por este capítulo
triste, difícilmente hubiera siquiera pasado por mi mente la idea de escalar en
el extranjero. Hace ya casi 30 años, cuando mi vida se colapsó, se paralizo
prácticamente, cuando todo había concluido para mí y debo reconocer que hasta
pensé en la muerte con 29 años de edad. Justo en aquel momento, en aquella coyuntura,
en aquel punto final, un débil rayo de luz apareció al final del túnel. Puedo decir
que justo cuando todo parece haber terminado, es realmente el principio de algo
nuevo, de algo sorprendente e increíble.
Les
comparto fragmentos de oro de un libro que escribió un ser humano con mucha luz,
un ser extraordinario, se titula “Cómo
ganar amigos e influir sobre las personas”, de Dale Carnegie.
Dale
decía lo siguiente. Casi todos los adultos normales quieren:
1.-
La salud y la conservación de la vida
2.-
Alimento
3.-
Sueño
4.-
Dinero y las cosas que compra el dinero
5.-
Vida en el más allá
6.-
Satisfacción sexual
7.-
El bienestar de los hijos
8.-
Un sentido de propia importancia
Casi
todas estas necesidades se ven complacidas en la vida, todas en verdad, menos una.
Pero hay un anhelo casi tan profundo, casi tan imperioso como el deseo de alimentarse
y dormir, y ese anhelo es satisfecho muy rara vez. Es lo que llama Freud “El
deseo de ser grande”. Es lo que llama Dewey “El deseo de ser importante”.
Lincoln
empezó una vez una carta con estas
palabras: “A todo el mundo le agrada una lisonja”. William James dijo: “El
principio más profundo del carácter humano es el anhelo de ser apreciado”.
Véase que no hablo del “deseo”, sino del anhelo de ser apreciado. Ahí tenemos
una sed humana infalible y persistente; y a los pocos individuos que satisfacen
honestamente esta sed del corazón, podrán tener a los demás en la palma de la
mano y hasta el sepulturero se apenará cuando mueran.
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