Primera lección.-
Son
las tres de la tarde, salgo de la oficina agobiado no por lo intenso del
trabajo sino por el ambiente de indolencia y desgano que se percibe en
cubículos y pasillos. Me dirijo a mi auto aparcado precisamente en la cera de
las oficinas del “Espresso” Semanario para leer y disfrutar. Ya encendido
el motor, me asalta la idea de subir a
saludar a su Director. De repente se oye un fuerte golpe, salgo y me percato
que mi auto había sido colisionado. Fue un carro repartidor de agua, me dice
una vecina. Imposible evitar el enojo, salgo con la intención de seguirlo y
para mi sorpresa se acerca un joven y me dice: “Señor, discúlpeme, le pegué, la
empresa no apoya pero yo me hago responsable”. Mi molestia se disipó, lo miré
con su modesta ropa de trabajo, respetable y digno; la reparación seguramente
se llevará su quincena. Le dije: “cotiza y ya platicamos”. La suya fue una
generosa lección de decoro y responsabilidad. Me pregunto ¿usted y yo, qué
hubiéramos hecho?
Segunda lección.-
Pensando
en el incidente me dirigí a casa, pasé a la tienda del pueblo y sin querer
escuché la conversación que por teléfono sostenía un hombre fornido curtido por
el trabajo rudo. Sudoroso decía: “Sí hijo, ya sabes lo que tienes que hacer, si
llueve tapas bien el horno y estás al tanto del peón; sí, pásame a tu hermano”.
Luego de oír atento le dice a su otro interlocutor: “Sí hijo, pídele a Dios que
venda el tabique y mañana te lo compro”. En frente estaba aparcado su camión
con tabique de barro cocido. Le pregunté por el costo, “le doy precio” me dice,
luego del típico regateo nos arreglamos. Escuché la plática con sus hijos, le
comenté; sí, necesita un material para la escuela. Mire, no estoy construyendo,
realmente no necesito en este momento el tabique, pero luego de oír la comunicación
con sus hijos, me dije: también que lo oiga el Dios invocado. Que su hijo tenga
su material. La vida es un permanente aprendizaje y la calle también ilustra.
Una chamba grande.-
Enviudó
un vecino de mi pueblo, luego de un corto periodo de duelo, se juntó con otra
señora más joven y de “amplia carrocería”, según comentaban entre bromas y risas
sus hijos. En una muestra de romanticismo tardío, era común verlos por las
tardes tomados de la mano, caminar por las melgas entre cafetales, limonarias y
cañaverales. Enfermó el señor. ¿Qué le pasó? Pregunté a uno de sus hijos. Es
que agarró una chamba muy grande y ahora no puede con ella, contesta a la vez
que suelta una sonora carcajada. El lenguaje bucólico, franco y metafórico…
sincero, contrastante con el del mundo políticamente civilizado, adulterado e
hipócrita.
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