miércoles, 21 de junio de 2017

EDITORIAL


Los índices de criminalidad que se observan en la actualidad dan cuenta de un grave deterioro del tejido social. La saña con que se comenten muchos crímenes, hablan de un preocupante desprecio por la dignidad humana. Queda abierta la interrogante de qué hicimos mal o qué dejamos de hacer para llegar a estos niveles de descomposición que anulan el derecho a una vida en tranquilidad.

En este sintomático fenómeno, con conatos ya de descontrol, tiene que ver sin duda, un modelo educativo rebasado, la disfuncionalidad de la institución de la familia y el terrible y paradójico aislamiento a que conducen las tecnologías de la información, aunque lo que más impacta de manera dramática es el descuido inadmisible de nuestros niños y jóvenes.

El 12 de junio está instituido como “Día Mundial Contra el Trabajo Infantil”; según cifras oficiales en México hay 2.5 millones de niños que trabajan, sin contar los que en la informalidad crecen en la calle en estado de vulnerabilidad, es la misma cantidad de niños que se ven afectados de manera irreversible en su desarrollo físico y psico-social y que en muy poco tiempo se convertirán en jóvenes con traumas y resentimientos por la falta de oportunidades, posiblemente reproduciendo los patrones conductuales de los que hoy nos dolemos.

Nuestros jóvenes están expuestos a muchos peligros; viven en la perspectiva de un futuro incierto y, en general, aun los que tienen la fortuna de acceder a los ámbitos universitarios, luego de muchas penurias se enfrentan a la frustrante realidad de la falta de empleos, de la exclusión, la indiferencia y el olvido; en contraste, los atajos se ofrecen atractivos… seductores.


No es con retórica arrogante como se frenará la rampante criminalidad, tampoco con alardes y altos presupuestos en materia de seguridad; urge coordinación en los tres niveles de gobierno para el diseño y aplicación de políticas públicas en favor de los niños y jóvenes.

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