Cerca del Cielo.
Por: José Ramón
Flores Viveros.
Los abuelos…
Quizá
una vida larga sea más placentera si no se mira atrás muy a menudo.
Ya soy abuelo desde
hace algunos años y recuerdo muy frecuentemente a mis abuelos, maternos Ubaldo
Viveros y Teodomira Sánchez y paternos Gumersindo Flores Montes de Oca y Petra Méndez.
Todos ellos dejaron en mí una huella; de mi abuela Teodo, sus platillos muy
sencillos y humildes, aun se me hace
agua la boca al recordar su salsa de costilla de cerdo y chile seco acompañada
de unos frijoles de verdadera antología, para bajar café negro. De Ubaldo un
hombre de campo, con un talento y amor por la tierra fuera de toda duda.
Recuerdo que mi mamá me comentaba, los experimentos que realizaba en el campo
cuando sembraba sus chilares, realizaba sus propios injertos guiado por un
talento natural de agricultor.
Gracias a estos hábitos
alimenticios, que mi mamá también los hizo una costumbre, donde quiera que he
estado, jamás la comida ha sido un problema. Recuerdo cuando trabajé como
agrónomo en la Sierra Madre de Oaxaca, pude subsistir sin ningún problema. Recuerdo
cuando en una comunidad indígena, una noble mujer con un sonrojo evidente me
dijo al ofrecernos de comer, que solo tenía salsa, frijoles hervidos y
unas mega tortillas de mano que recién
había hecho. Fue para mí en aquel momento lejos de toda posibilidad de poder
consumir carne, leche o huevos, un verdadero banquete. La sencilla mujer con deleite
fue testigo de mi manera desenfrenada de comer sin poner condición alguna. Fue
una de las mejores comidas que he disfrutado en mi vida. Todo esto gracias a
mis inolvidables abuelos y a mi mamá. Fue un manjar de dioses y así se lo
hicimos saber. El único problema fue cuando le quisimos pagar por su comida. La
dignidad de estas personas es de respeto y admiración.
De mis otros abuelos
Gumersindo, fue un trotamundos, llegó con su familia a Coatepec, eran originarios de San Felipe Torres Mochas,
Guanajuato, huyendo de los estragos de la guerra cristera. Mi abuelo era apenas
un muchacho cuando llegaron a Coatepec, con los años llegó a ser hombre de
confianza de un personaje histórico de esta ciudad, Don Roberto Amorós Guiot. Siempre
lo caracterizo su espíritu aventurero. Fueron muchas las historias que nos
platicó como guardaespaldas del destacado personaje coatepecano en una etapa de
mucha violencia no solo en esta ciudad sino en todo el país. Una de sus
anécdotas insólitas que él siempre recordaba, fue cuando al estar parado en una
esquina, fue víctima de una una violenta descarga eléctrica, no fue un rayo,
que quizás lo hubiera matado, fue una centella. De mi abuela Petra quien toda su vida vivió con mis padres y
hermanas, recuerdo sus consejos y hábitos. Siempre me motivó a estudiar una
carrera, a prepararme. Fue lamentable que por un oído me entraban sus palabras
y por el otro salían. De sus hábitos, fumaba mucho y su marca favorita eran “Del
Prado”. Comencé a fumar también durante la secundaria y luego le robaba
cigarros. De verdad era un acto temerario y de valentía darle el golpe a estos cigarros.
Casi siempre sufrió de un problema en sus piernas, se desplazaba por la casa sujetándose
de donde podía. Pero aun así ayudaba en las labores domesticas y en la cocina a
mi madre.
Actualmente ya casi
me encuentro en la línea de la tercera edad y comienzo a comprender muchas
cosas, como la discriminación que consiente o inconscientemente ejercemos sobre
las personas de la tercera edad. Con mucha vergüenza reconozco en ocasiones mi
falta de paciencia y tolerancia al interactuar con adultos mayores. Ya lo vivo
incluso en carne propia. Uno de ellos el despectivo “Don”, cuando alguien joven
lo utiliza al dirigirse a uno. Y esto es si se quiere una babosada, algo sin
importancia porque es terrible cuando vemos con impaciencia a alguien que
camina dificultosamente ayudado de algún aparato. Al caminar o al ir
conduciendo y esperar a que cruce la calle. Es una etapa muy difícil y la
podemos comprender al llegar a ella. Sin considerar la necesidad que comenzamos
a tener de ser escuchados, de seguir siendo tomados en cuenta. No hay nada más
terrible para un ser humano que la indiferencia y la ignorancia, no solo en la
tercera edad. Sin embargo cuando las fuerzas y las ilusiones disminuyen como
consecuencia de la vejez, cuando la energía del cuerpo y de la mente van desapareciendo
paulatinamente por la edad; el entorno se vuelve más hostil y hasta cruel…
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