lunes, 4 de septiembre de 2017

Cerca del  Cielo.

Por: José Ramón Flores Viveros.

Los abuelos…

Quizá una vida larga sea más placentera si no se mira atrás muy a menudo.

Ya soy abuelo desde hace algunos años y recuerdo muy frecuentemente a mis abuelos, maternos Ubaldo Viveros y Teodomira Sánchez y paternos Gumersindo Flores Montes de Oca y Petra Méndez. Todos ellos dejaron en mí una huella; de mi abuela Teodo, sus platillos muy sencillos y humildes,  aun se me hace agua la boca al recordar su salsa de costilla de cerdo y chile seco acompañada de unos frijoles de verdadera antología, para bajar café negro. De Ubaldo un hombre de campo, con un talento y amor por la tierra fuera de toda duda. Recuerdo que mi mamá me comentaba, los experimentos que realizaba en el campo cuando sembraba sus chilares, realizaba sus propios injertos guiado por un talento natural de agricultor.


Gracias a estos hábitos alimenticios, que mi mamá también los hizo una costumbre, donde quiera que he estado, jamás la comida ha sido un problema. Recuerdo cuando trabajé como agrónomo en la Sierra Madre de Oaxaca, pude subsistir sin ningún problema. Recuerdo cuando en una comunidad indígena, una noble mujer con un sonrojo evidente me dijo al ofrecernos de comer, que solo tenía salsa, frijoles hervidos y unas  mega tortillas de mano que recién había hecho. Fue para mí en aquel momento lejos de toda posibilidad de poder consumir carne, leche o huevos, un verdadero banquete. La sencilla mujer con deleite fue testigo de mi manera desenfrenada de comer sin poner condición alguna. Fue una de las mejores comidas que he disfrutado en mi vida. Todo esto gracias a mis inolvidables abuelos y a mi mamá. Fue un manjar de dioses y así se lo hicimos saber. El único problema fue cuando le quisimos pagar por su comida. La dignidad de estas personas es de respeto y admiración.

De mis otros abuelos Gumersindo, fue un trotamundos, llegó con su familia a Coatepec,  eran originarios de San Felipe Torres Mochas, Guanajuato, huyendo de los estragos de la guerra cristera. Mi abuelo era apenas un muchacho cuando llegaron a Coatepec, con los años llegó a ser hombre de confianza de un personaje histórico de esta ciudad, Don Roberto Amorós Guiot. Siempre lo caracterizo su espíritu aventurero. Fueron muchas las historias que nos platicó como guardaespaldas del destacado personaje coatepecano en una etapa de mucha violencia no solo en esta ciudad sino en todo el país. Una de sus anécdotas insólitas que él siempre recordaba, fue cuando al estar parado en una esquina, fue víctima de una una violenta descarga eléctrica, no fue un rayo, que quizás lo hubiera matado, fue una centella. De mi abuela Petra  quien toda su vida vivió con mis padres y hermanas, recuerdo sus consejos y hábitos. Siempre me motivó a estudiar una carrera, a prepararme. Fue lamentable que por un oído me entraban sus palabras y por el otro salían. De sus hábitos, fumaba mucho y su marca favorita eran “Del Prado”. Comencé a fumar también durante la secundaria y luego le robaba cigarros. De verdad era un acto temerario y de valentía darle el golpe a estos cigarros. Casi siempre sufrió de un problema en sus piernas, se desplazaba por la casa sujetándose de donde podía. Pero aun así ayudaba en las labores domesticas y en la cocina a mi madre.


Actualmente ya casi me encuentro en la línea de la tercera edad y comienzo a comprender muchas cosas, como la discriminación que consiente o inconscientemente ejercemos sobre las personas de la tercera edad. Con mucha vergüenza reconozco en ocasiones mi falta de paciencia y tolerancia al interactuar con adultos mayores. Ya lo vivo incluso en carne propia. Uno de ellos el despectivo “Don”, cuando alguien joven lo  utiliza al dirigirse a uno.  Y esto es si se quiere una babosada, algo sin importancia porque es terrible cuando vemos con impaciencia a alguien que camina dificultosamente ayudado de algún aparato. Al caminar o al ir conduciendo y esperar a que cruce la calle. Es una etapa muy difícil y la podemos comprender al llegar a ella. Sin considerar la necesidad que comenzamos a tener de ser escuchados, de seguir siendo tomados en cuenta. No hay nada más terrible para un ser humano que la indiferencia y la ignorancia, no solo en la tercera edad. Sin embargo cuando las fuerzas y las ilusiones disminuyen como consecuencia de la vejez, cuando la energía del cuerpo y de la mente van desapareciendo paulatinamente por la edad; el entorno se vuelve más hostil y hasta cruel…

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