lunes, 18 de septiembre de 2017

DESDE EL AULA

“Dios, omnipotente y omnipresente, en su infinito poder no sujeto a tiempos ni ciclos, debe tener espacios enormes de ocio y aburrimiento”, afirma mi amigo el albañil, campesino y hoy predicador. Algunas noches, cuando paso frente a su casas, lo miro en el pórtico leyendo la biblia a la luz de una bombilla; le pregunto si para leer no le basta la luminosidad de la aureola que lo circunda, suelta una sonora carcajada audible a una cuadra. Me convida a pasar, luego de un trago de compuesto de pasas o crucetillo, inicia un monólogo con intervalos de risas. De súbito se pone serio, hasta parece pensar y dice: un día Dios, al no tener cosas importantes qué hacer, decide darse una vuelta por la tierra para ver el comportamiento de los hombres, invita para ello a su no siempre fiel mayordomo, San Pedro; así, se aparecen en un lugar severamente castigado por la falta de lluvia, encuentran un hombre al que Dios dice: “buen hombre, el sol está muy quemante, tengo mucha sed, me das un poco de agua”, claro, le contesta su interlocutor ofreciendo su ánfora –tiene mucho tiempo que no llueve, la seca está muy dura- comenta Dios. Replica el hombre –sí hace mucho que no cae la lluvia, pero no tarda, ya hay muchos barruntos de animales y esos no fallan. Las tapeguas están muy alborotadas, las hormigas han subido sus huevecillos, y en las noches grita el pájaro vaquero.


Llega dios a otro paraje desértico, encuentra a un hombre al que le pide agua, el cual la da con gesto generoso. Le pregunta Dios si hace mucho que no llueve, a lo que el hombre le contesta que han pasado muchos meses sin lluvia pero que no tarda en llover, que así lo anuncian los animales infalibles en su barrunto.

Llega Dios a otro lugar también castigado por la sequía, encuentra a otro hombre al que pide agua, el cual le contesta iracundo que ni lo piense, que no le dará nada, que el agua está escasa y no la dará a un flojo que no puede cargar la suya.
Le pregunta Dios si ya pronto lloverá y el hombre le contesta con la misma ira: yo qué sé cuándo va a llover, eso solo lo sabe Dios y lloverá cuando él quiera. Regresa Dios a sus sagrados aposentos y hace caer una copiosa lluvia en el territorio del iracundo que le negó el agua. Sorprendido San Pedro, le pregunta por qué bendice con la lluvia al egoísta y no a los que generosamente y de buena manera le compartieron el vital líquido aún en la escasez. Dios le contesta: porque es el que cree en mí. Los otros confían en los animales. Hay más fe en el último aunque tenga más culpas.


La fe fortalece, para algunos puede ser dogma o acto apartado de la razón pero vivir sin fe es como navegar sin brújula. Triste debe ser no tener convicciones y sujetar la existencia a los rígidos límites de la racionalidad. Ningún sentido de la trascendencia se puede poseer si se cree que el misterio de la vida termina con la muerte.

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