DESDE
EL AULA
“Dios,
omnipotente y omnipresente, en su infinito poder no sujeto a tiempos ni ciclos,
debe tener espacios enormes de ocio y aburrimiento”, afirma mi amigo el
albañil, campesino y hoy predicador. Algunas noches, cuando paso frente a su
casas, lo miro en el pórtico leyendo la biblia a la luz de una bombilla; le
pregunto si para leer no le basta la luminosidad de la aureola que lo circunda,
suelta una sonora carcajada audible a una cuadra. Me convida a pasar, luego de
un trago de compuesto de pasas o crucetillo, inicia un monólogo con intervalos
de risas. De súbito se pone serio, hasta parece pensar y dice: un día Dios, al
no tener cosas importantes qué hacer, decide darse una vuelta por la tierra para
ver el comportamiento de los hombres, invita para ello a su no siempre fiel
mayordomo, San Pedro; así, se aparecen en un lugar severamente castigado por la
falta de lluvia, encuentran un hombre al que Dios dice: “buen hombre, el sol
está muy quemante, tengo mucha sed, me das un poco de agua”, claro, le contesta
su interlocutor ofreciendo su ánfora –tiene mucho tiempo que no llueve, la seca
está muy dura- comenta Dios. Replica el hombre –sí hace mucho que no cae la
lluvia, pero no tarda, ya hay muchos barruntos de animales y esos no fallan.
Las tapeguas están muy alborotadas, las hormigas han subido sus huevecillos, y
en las noches grita el pájaro vaquero.
Llega
dios a otro paraje desértico, encuentra a un hombre al que le pide agua, el
cual la da con gesto generoso. Le pregunta Dios si hace mucho que no llueve, a
lo que el hombre le contesta que han pasado muchos meses sin lluvia pero que no
tarda en llover, que así lo anuncian los animales infalibles en su barrunto.
Llega
Dios a otro lugar también castigado por la sequía, encuentra a otro hombre al
que pide agua, el cual le contesta iracundo que ni lo piense, que no le dará
nada, que el agua está escasa y no la dará a un flojo que no puede cargar la
suya.
Le
pregunta Dios si ya pronto lloverá y el hombre le contesta con la misma ira: yo
qué sé cuándo va a llover, eso solo lo sabe Dios y lloverá cuando él quiera.
Regresa Dios a sus sagrados aposentos y hace caer una copiosa lluvia en el
territorio del iracundo que le negó el agua. Sorprendido San Pedro, le pregunta
por qué bendice con la lluvia al egoísta y no a los que generosamente y de
buena manera le compartieron el vital líquido aún en la escasez. Dios le
contesta: porque es el que cree en mí. Los otros confían en los animales. Hay
más fe en el último aunque tenga más culpas.
La
fe fortalece, para algunos puede ser dogma o acto apartado de la razón pero
vivir sin fe es como navegar sin brújula. Triste debe ser no tener convicciones
y sujetar la existencia a los rígidos límites de la racionalidad. Ningún
sentido de la trascendencia se puede poseer si se cree que el misterio de la
vida termina con la muerte.
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