De acuerdo al diccionario de la Real Academia, la palabra confianza, significa: “Esperanza firme que se tiene de alguien o algo/ En quien se puede confiar/ Que posee las cualidades recomendables para el fin a que se destina, entre otras.
Esta semana a través de los medios que dan cuenta del proceso que se le sigue al ex Secretario de Seguridad Pública, nos enteramos de la detención de los altos mandos involucrados en la desaparición de muchos jóvenes y de cientos de personas que han aparecido en fosas clandestinas; pero lo peor es que de acuerdo a testigos que fueron torturados, afirman que en la academia de policía del Lencero, bajo los nuevos edificios, sepultaron muchos cadáveres, víctimas de esa brutal persecución que se desató en el periodo de Duarte.
Como en la peor época del nacismo o de la inquisición, todo aquel que fuera sospechoso, que representara un peligro o por estar simplemente en el lugar equivocado a la hora equivocada; fueron vigilados, detenidos o levantados, torturados, asesinados y desaparecidos.
El estado estuvo a expensas de un desquiciado mental para quien los valores éticos de la política, las reglas de la función pública y los derechos humanos, nunca le importaron y ejerció el poder a base de sangre y fuego.
Esta traición a la confianza de la gente, esa felonía o infamia, ha originado un rotundo rechazo de la sociedad hacia los políticos. Y ni cómo defenderlos. Nos solo permitieron operar a sus anchas a la delincuencia organizada, sino que se hicieron parte de ella. Ahora, quienes aspiran a un cargo de elección popular, cargan con esa pesada losa de aquellos que traicionaron a la gente. Actuaron contra la gente, sin importar estatus, sector o condición.
Ahora pagan justos por pecadores, porque como en todo, en las instituciones, equipos o gremios; hay gente buena y hay quienes no lo son. Pero no debemos generalizar.
Esta semana a través de los medios que dan cuenta del proceso que se le sigue al ex Secretario de Seguridad Pública, nos enteramos de la detención de los altos mandos involucrados en la desaparición de muchos jóvenes y de cientos de personas que han aparecido en fosas clandestinas; pero lo peor es que de acuerdo a testigos que fueron torturados, afirman que en la academia de policía del Lencero, bajo los nuevos edificios, sepultaron muchos cadáveres, víctimas de esa brutal persecución que se desató en el periodo de Duarte.
Como en la peor época del nacismo o de la inquisición, todo aquel que fuera sospechoso, que representara un peligro o por estar simplemente en el lugar equivocado a la hora equivocada; fueron vigilados, detenidos o levantados, torturados, asesinados y desaparecidos.
El estado estuvo a expensas de un desquiciado mental para quien los valores éticos de la política, las reglas de la función pública y los derechos humanos, nunca le importaron y ejerció el poder a base de sangre y fuego.
Esta traición a la confianza de la gente, esa felonía o infamia, ha originado un rotundo rechazo de la sociedad hacia los políticos. Y ni cómo defenderlos. Nos solo permitieron operar a sus anchas a la delincuencia organizada, sino que se hicieron parte de ella. Ahora, quienes aspiran a un cargo de elección popular, cargan con esa pesada losa de aquellos que traicionaron a la gente. Actuaron contra la gente, sin importar estatus, sector o condición.
Ahora pagan justos por pecadores, porque como en todo, en las instituciones, equipos o gremios; hay gente buena y hay quienes no lo son. Pero no debemos generalizar.
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