Al principio fue el miedo.-
Cuando se habla del hombre primitivo, pensamos en los proto hombres cavernarios. Se nos ha dicho siempre que temían a la obscuridad, a los animales rapaces, a los rayos centellantes. Imaginémoslos en sus cuevas bajo una feroz tormenta. Un estallido de luz y luego un poderoso trueno que retiembla. Ya tenemos la fórmula infalible, no sé por qué sucede, entonces: temo.
El temor, nacido de la ignorancia, se convierte en un mecanismo de defensa. Carl Sagan comenta que el famoso “psst, psst”, para llamar la atención de una persona, proviene del sonido del chasquido de los reptiles devoradores, peligro real que el humano aprendió a percibir e identificar; convirtiéndose luego en una forma oral de prevención entre humanos, era el ¡Aguas! de aquellos tiempos.
Aquellos seres humanos primitivos pensaban imaginando, poco sabían, mucho imaginaban. La vida, los niños, los adultos, los ancianos, aun los muertos, conforman la comunidad, las familias.
Aparece el Tótem, la originaria e inagotable reverencia a los antepasados. Y luego la fantasía los desborda e inventan dioses y magias. Todo listo para la concepción mágica y religiosa de la realidad. La figura del chamán se eleva sobre la comunidad. Al cabo, todo este bagaje (no muy extenso, en realidad) deriva en las imparables supersticiones. Fieles colegas y ayudantes del miedo.
Bien, ahora abrimos la perspectiva y nos percatamos que en la actualidad hay hombres y mujeres que viven en el paleolítico. Los bosquimanos del África meridional, son de los más socorridos al tratar este tema, viven en forma primitiva, son nómadas y su lengua es no vocal sino con base en chasquidos de la lengua.
Veamos cómo son estos primitivos, a partir del siguiente fragmento que tomo de Wikipedia: ‘Los San o Bosquimanos, mantienen un sistema social igualitario. Si un individuo está enfermo, accidentado o es anciano, es cuidado y mantenido por el resto del grupo. Nadie trabaja para otro. Salvo los ancianos y los niños, todos los demás colaboran en partes iguales en la consecución de alimentos. No existe la violencia ni la competitividad. Tampoco existe la avaricia ni la propiedad privada. Van casi desnudos y las chozas en las que viven son abandonadas a las pocas semanas de ser construidas. Los únicos objetos que poseen como adornos o amuletos no pueden permanecer en sus manos mucho tiempo, sino que se los deben regalar a otra persona. Tener un objeto mucho tiempo te convierte en avaricioso, algo que es el peor pecado que puede cometer un bosquimano’.
Los San viven como en el paleolítico, en zonas de refugio, lugares inhóspitos e intransitables. Y tienen miedo, pero lo combaten con astucia, habilidades y resiliencia. Y, por otra parte, la sicológica, tienen sus creencias, con supersticiones y amuletos. Y con la fuerza del arraigo a su costumbre irrefutable.
Los mexicanos, vivimos en un champurrado cultural multiétnico, influidos por la globalización y el dominio absoluto de la economía de mercado sobre las opciones de bienestar, en el ámbito mundial.
Estamos en el siglo veintiuno en una sociedad ilustrada por los medios de difusión pública, radio, televisión e internet. Predominan el cine y las series televisivas hechos en los EE.UU., con harta violencia, guerra, venganza justiciera, traiciones, romances exprés, sexo fácil y reiterada mención del uso de drogas, como la marihuana y la cocaína.
Sin duda en forma concomitante, dado su espantoso aumento, la ocurrencia de delitos violentos, entre los cuales el feminicidio es un estigma que delata una sociedad irracional y cruel; nos pone a los padres de familia a tomar todas las precauciones posibles, pero, al parecer, por el estado de violencia que vivimos, ya estamos siendo, como nación, dominados por el miedo.
Y creo que, por nuestro refinamiento cultural que mezcla lo mejor de Europa y América, en cuanto a religiosidad y supersticiones se refiere, enfrentaremos el miedo alucinando con construir la patria con tres estrategias troncales: sueños verdes (Malverde), santos rosarios (Vaticano), banda y borrachera (El Recodo). Y de verdad, moralmente, no nos veo en nada superiores a los bosquimanos.
Colofón: ¿Y la escuela? Muy bien, gracias.
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