El español le explicó que por sus condiciones físicas, sus amigos, temerosos de ser víctimas de alguna avalancha, lo habían abandonado a su suerte. Era casi imposible que el español pudiera bajar en aquellas condiciones, la única solución, era dejarlo y seguir adelante, solo así la expedición podría llegar al campamento base de manera exitosa, por salvar una vida, que era algo muy incierto, toda la expedición estaba ante un riesgo inminente de colapsar, y ser devorados por el K2.
Cuando el español hizo esta descripción del porqué de su triste situación, la expedición de Carsolio cayó en un auténtico dilema de carácter moral. La conciencia les exigía, ayudar a este ser humano en desgracia. Sin ayuda era imposible que bajara y sobreviviera, todo parecía haber sido estructurado por el destino, o por una Fuerza Superior para salvarlo, sin embargo, después de un breve consenso, Carlos y sus amigos tuvieron que reconocer que estaban ante un macabro dilema, el mismo que había obligado a los compañeros del español a abandonarlo.
No se trataba de una vida, era la seguridad del grupo. Cargar con él los ponía en las garras de la muerte, se convertirían en una ofrenda más de la montaña siniestra. Nadie podría además dar fe, que habían muerto por intentar salvar a un compañero alpinista de ser devorado por la Montaña Asesina. Su intento era un hecho que sólo iba a provocar más desgracias.
Carsolio relata esta historia, como lo más terrible que le pudo haber sucedido en una montaña. Todos coincidieron en que era imposible bajar con el alpinista español sin poner en riesgo sus vidas, tampoco podían permanecer más tiempo en aquel “campo minado”, el tiempo ya había comenzado a agotarse. La tenue bruma y la persistente nieve, era un augurio de algo temible, un viento helado y mecánico, cuya suavidad sólo era el anuncio del poder devastador y cruel de la montaña.
La cuenta regresiva había comenzado, tenían que reanudar de inmediato el descenso, el reloj de arena se había activado. Explicarle al alpinista, que no podían hacer nada por él, fue como hablar con alguien que esta condenado a ser ejecutado en la silla eléctrica, a más de 8 mil metros de altura, y que jamás volvería a ver el sol. Fue una situación de insólita impotencia, el español también les habló de su pequeño hijo y de su esposa que lo esperaban en algún lugar de Bilbao.
Marisol Navarro, española y novia entonces de Héctor, explicó que el relato se comentó en una cena aquí en Coatepec, también se encontraba mi exmujer Dulce Vega, y ambas muy impresionadas manifestaron su reprobación y tristeza, no podían entender por qué dejar a un ser humano abandonado a una muerte inminente.
El español les rogó que lo ayudaran, cuando se alejaban les gritó que no lo dejaran, Carlos Carsolio asegura que, en aquel momento, los 7 alpinistas voltearon, lo vieron por última vez, cruzaron sus miradas, y en un mudo y doloroso acuerdo, con triste determinación, reanudaron su camino.
El triunfo en aquella expedición, quedó marcado para siempre por la impotencia y el miedo a morir. Recuerdo que Héctor manifestó con dolorosa filosofía. “Se necesita haber estado ahí en medio de tan terribles condiciones para poder juzgar lo que Carlos y sus amigos hicieron”.
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