lunes, 3 de junio de 2019

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

Tomé su mano tibia y la apreté suavemente, como con ternura. La sentí recia y áspera por los muchos años de trabajo rudo en el campo, pero dulcemente amorosa. Acaricié su pelo plateado y dejé que la emoción me embargara por la íntima comunicación que se estableció sin pronunciar palabra alguna. Con voz enronquecida le musité al oído: “Te acuerdas…” para seguir con una retahíla de retratos y momentos, aunque solo obtuve como respuesta una mirada imprecisa, indefinida, infinita, seguro estoy, me estaba diciendo: “Cómo no recordar”; son tantas cosas, tantas batallas libradas, dichas y desdichas, esperanzas sujetas a los ciclos de la naturaleza, historias compartidas.

Una vorágine de recuerdos llegan y se atropellan en mi memoria. Lloro quedo, sin reproche ni resentimientos mientras veo que su figura se agiganta luego de lo inexorable. Lo repaso todo, voy recuperando momentos uno a uno y los dejo pasar por mi mente en una sucesión que no sigue el orden del tiempo ni dirección alguna de emoción, van apareciendo espontáneos y poli temáticos, hasta probar el mosaico que permite una impresión holística, con todos los matices, los claroscuros, lo bueno y lo malo en una sola imagen sin maniqueísmo ni idolatría.

Llega a mi memoria cuando muy de mañana tocaba mi puerta y miraba en su rostro ese halo de misterio que me indicaba que tenía algo importante que decirme y para lo cual requería mi opinión. Dejo desfilar las escenas de cuando el vicio dominaba. No evito revivir los  momentos de mi incomprensión juvenil, tampoco los de mi embeleso de adulto. Me veo recorriendo juntos el mismo surco, caminando los mismos campos, compartiendo la misma ilusión. Miro la determinación en su semblante cuando resuelto me dice: ¡Ni una copa más! A los días, ni un cigarrillo más. Siguieron décadas de abstinencia en una demostración de voluntad que mucho admiro y anhelo.

La vida es así, tiene su principio y su fin como todo ciclo. Tiene su chiste y sus asegunes. La naturaleza se rige bajo sus propias reglas y los designios divinos rebasan los alcances de la inteligencia humana, por eso no conviene verlos bajo la lógica de la razón. Lo que hoy es, puede que mañana deje de serlo, la conciencia de ello es importante porque previene para aceptar las cosas como tal, después de todo, la vida sigue; ante una caída hay que levantarse, sacudirse el polvo y seguir adelante para volver a empezar. Cuando la victoria y la buena fortuna sonríen, hay que estar alerta, no son para siempre. Ante el infortunio, entereza y unidad, ante todo, un poco de humildad nunca está de más.

A veces el olvido duele porque entraña cierta ingratitud. Con frecuencia se olvida a quien en momentos difíciles mantuvo su mano extendida. Compartió su tiempo con generosidad para expresar palabras de aliento. El olvido a veces también cura heridas, despoja  de resentimientos y genera espacios en la mente y en el corazón para llenarlos con pensamientos renovados de entusiasmo. Hoy no quiero olvidar, por eso les digo: Muchas gracias… 

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