Fuera máscaras.-
No tengo vocación de iconoclasta, pero tampoco me conformo con el embalaje, quizá por ello me acompaña siempre el propósito de no quedarme en lo aparente, para ver, imaginar o adivinar los rasgos auténticos que existen detrás de las máscaras. Admito que con frecuencia soy incapaz de obtener éxito en este ejercicio. No es rara en mi la sorpresa al descubrir que mis conceptos sobre determinadas personas resultan equivocados para bien o para mal, pero independientemente de lo certero de mis juicios, el pretender siempre reconocer a quien ejerce autoridad en el sentido más amplio del vocablo, agradecer a quien te enseña, rescata, impulsa o ayuda a actuar conforme a un principio de tolerancia, constituyen acciones indispensables para acercarse al menos a lo que pudiera llamarse ‘ser justo’.
Recordar para rescatar.-
En el contexto del sindicato en el que milité durante toda mi vida laboral y sigo militando aun estando jubilado, se extraña a la profesora. Como en todos, había en su personalidad manifiestos claroscuros, en un instante pasaba del grito iracundo a la voz resuelta y comprensiva. La recuerdo hoy en la etapa de su plenitud, no en el tramo final de su existir, cuando mermada por los padecimientos y la edad, fue particularmente susceptible al rumor, a la intriga y a la infamia de gente cercana a ella que no la respetaban, le daban coba y la utilizaban con propósitos aviesos.
La recuerdo hoy con su enorme capacidad de trabajo, cubriendo jornadas extensas y extenuantes, y ya de madrugada, le bastaba dormitar unos cuantos minutos sentada en su sillón para poder estar al cien. Su palabra valía y bastaba, enérgica y tenaz literalmente peleaba hasta resolver el problema que aquejaba a algún compañero; tenía una singular habilidad para utilizar la diestra y la izquierda, lo que le valió el reconocimiento y el respeto de muchos gobernantes. Supo siempre encontrar el equilibrio entre su responsabilidad sindical y el trato institucional con la autoridad oficial.
Dicen que cambiaron los paradigmas, que hoy las cosas se hacen diferentes y conforme a un principio de orden normativo, expresión por demás sugestiva. Cierto, son otros tiempos, circunstancias distintas, otros estilos tal vez otros propósitos bajo el atisbo de nuevas perspectivas, pero se siente la ausencia, falta el carácter, la enjundia y el posicionamiento, porque de primera intención pareciera que solo priva el afán de congratularse con los recién ascendidos al poder. Los equilibrios rotos.
Un adiós para un amigo.-
El niño está enfermo, dice la madre atribulada. “Hay que llevarlo con el doctor Solomillo”, es la respuesta lacónica que recibe. Fue la primera vez que oí hablar de él. En el pueblo donde vivo, seguro estoy que en otros muchos, las personas le tenían confianza, acudían a él para remediar sus padecimientos. Es muy bueno, muy atinado y consciente del cobro; era el comentario generalizado. Tenía el don de curar y el aspaviento no era lo suyo.
Siempre me pregunté quién era ese señor de tan buena fama, hasta que me decidía visitarlo y nos hicimos amigos. Siguieron muchas visitas, regularmente pasaba a saludarlo. Don Leo, necesito unos “aditivos”, solía decirle; y él, solícito, me obsequiaba unas vitaminas. Puedo decir que fue mi médico de confianza, aunque había algo que me mortificaba: cuando luego de la consulta y surtido de la receta le preguntaba cuánto le debía, me contestaba: “mi paga es que usted esté bien; así era él, generoso y buen amigo, tenía la vocación de curar y generar confianza. Su ciclo en esta vida se ha cerrado, es la ley natural que aplica para todos sin distingos, lo recuerdo hoy don Leoncio Rojas Tejeda “Solomillo” con mucho afecto.
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