lunes, 17 de junio de 2019

DESDE LA FINCA - Por: El Cortador



Ya hay chininis.- Con media lona al hombro de duras y pesadas frutas de color negro verdoso y de forma cónica, alargada y curva; el viejo cortador curtido por el tiempo y el trabajo llega a su casa luego de la dura friega en el jornal. Los fuertes aguaceros han ablandado la hierba y la tierra, lo que facilita la poda y el chapeo. Hay buena floración y las matas de café lucen su elegante traje de novia. “Traje unos chininis que ya empezaron a madurar, va a haber mucho este año”. Con elegancia de orfebre corta por la mitad la madura pagua que deja ver su blanca y nacarada pulpa que contrasta con su cáscara. Avienta a su interior un puño de sal y lo rellena con la salsa del molcajete hecha con chiles de la finca y ajo. En una tortilla dorada exprime la mantequilla de árbol haciéndose un incomparable taco que degusta con singular placer. Las tortillas esponjadas en el comal esperan su turno para pasar a las manos callosas del viejo zorro de los cafetales. Rodeado en la mesa de hijos, nietos y bisnietos de ambos géneros, una vez que llega el turno del humeante café de olla, uno los sesentones hijos con respeto pero con franqueza, delante de toda la prole, recordándole que el domingo es día del padre, comenta lo descarriado que está la  juventud, al menos una parte, debido a la falta de una buena educación. Y le pide consejo, como para que oyera la curiosa y numerosa descendencia que espera con atención la elocuente elucubración del erudito y pragmático intelectual. Sin soltar su jarro y dándole ruidosos tragos, se arranca con su simbólica disertación: “A los hijos hay que quererlos. Enseñarles a perder, pero también a saber gozar de la victoria. Apartarlos de la envidia y darles a conocer la alegría profunda de la sonrisa silenciosa. Que aprendan a maravillarse con los libros pero dejarlos también perderse con los pájaros del cielo, las flores en el campo, los montes y los valles. Explicarles que una derrota honrosa vale más que la victoria vergonzosa, enseñarles a creer en sí mismos, aunque estén solo contra todos. A tener fe en sus propias ideas, aun cuando les digan que están equivocados. Que aprendan a ser amables con la gente amable y duro con los duros, a no dejarse llevar por la multitud simplemente porque otros también se dejaron. Enseñarles a escuchar a todos pero, a la hora de la verdad, a decidir solos. A reír cuando estén tristes y explicarles que a veces los hombres también lloran. Hay que tratarlos bien pero sin mimarlos, porque sólo la prueba de fuego hace el buen acero. Dejarlos tener el coraje de ser impacientes y la paciencia de ser corajosos. ¡Ah…! y transmitirles una fe sublime en el Creador y fe también en sí mismo, pues sólo así podrá tener fe en los hombres”... El silencio reinó en esa cámara de reflexiones en que se convirtió la cocina familiar, y cuando alguien intentó pararse, la elocuencia del filántropo pundonoroso, volvió a atraer la absoluta y silenciosa atención de los escuchas: “Porque ser padre no es cualquier chingadera, se debe honrar esa sagrada responsabilidad. Todos los que han formado una familia y tuvieron la dicha de tener hijos, sabrán que es una felicidad inmensa haber sido parte de la creación de unas vidas a las que les dieron su amor, su cuidado y haberlos guiado por el camino de la verdad, la comprensión y el servicio a los demás. Como padres, siempre hay que tener el hombro donde ellos puedan posar su cabeza, no importa la edad que tengan, para sentir la seguridad, la confianza y la incondicionalidad de la protección. Debemos saber valorar el privilegio de haber sido escogidos como guías de estos hermosos seres que son los hijos, con la atención y amor permanentes, inculcando en su mente y corazón los valores que con nuestro ejemplo, hagan de ellos buenos seres humanos”… Algunos se sonaron la nariz, justificando que estaban enchilados. Lo cierto es que nadie pudo complementar tan precisa definición de la relación que hay entre los padres con los hijos… y los nietos…

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