lunes, 14 de octubre de 2019

EXPRESO CORTADO Gilberto Medina Casillas



El surrealismo.

¿Qué es la vida? Un frenesí./ ¿Qué es la vida? Una ficción,/ una sombra, una ilusión, y el mayor bien es pequeño;/ que toda la vida es sueño,/ y los sueños, sueños son.

Pedro Calderón de la Barca


Desde el siglo pasado dio comienzo una revaloración de la conciencia, extirpándola del marco reglamentario de la moral constreñida por la religión, el gusto por lo suntuoso y los convencionalismos sociales. Ya, desde finales del siglo XIX se sentían los cambios culturales que habrían de derrumbar el academicismo en el arte. La sociedad se vio impactada por grupos de artistas, quienes, bajo la bandera de la innovación, se aliaron en distintas corrientes de pensamiento, las cuales fueron a consolidarse en obras no solamente novedosas, sino rebeldes y altamente provocadoras del ‘buen gusto’ de la época.

Creacionistas (Vicente Huidobro), Futuristas (Tommaso Marinietti), simbolistas (Jean Moréas), impresionistas (Claude Monet en la pintura y Claude Debussy, en la música), expresionistas (Hedwart Balden), dadaístas (Tristán Tzara). Estos últimos, abonaron un importante bagaje a la corriente más trascendente de ellas, que es el surrealismo. No puedo dejar de lado en esta reseña al ‘loco entre los locos’ el genial Alfred Jarry, quien siempre vestía de ciclista y jamás se subió a una bicicleta. Él fue quien inventó la ‘patafísica’, definida como ‘la ciencia de lo simbólico e imaginario definido en toda su virtualidad’. También se ha llamado a la patafísica ‘la ciencia de las soluciones imaginarias’, la cual se sustenta en el principio de la unidad de los opuestos, y se vuelve un medio de descripción de un universo complementario, constituido por excepciones. El universo de Jarry es la anormalidad.

Pero, ¿qué es el surrealismo? El término proviene del francés: ‘surréalisme’; ‘sur’, sobre o por encima y, ‘réalisme’, realismo. La palabra fue acuñada por el escritor francés Guillaume Apollinaire en 1917. Quien anuncia que es el punto de partida para toda una serie de manifestaciones del nuevo espíritu, el cual provocará cambios profundos en las artes y costumbres a través de la alegría universal. Y concierne a la reproducción creativa de un objeto, que lo transforma y enriquece, a partir del impulso psíquico de lo imaginario y lo irracional.

En el contexto de la persona humana, se remite al subconsciente (invento freudiano), a las pulsiones irracionales, que ligan un estado de conciencia que toma elementos de la memoria, los sueños, los arquetipos, los símbolos y la intuición. Al cabo, es una manifestación estética pergeñada por literatos y pintores, en la cual, la magia ulula entre lo real y lo imaginario, rescatando vivencias humanas sublimadas a un plano simbólico que, dada la anfibología que caracteriza estas obras, estas contienen la posibilidad de tener diversas interpretaciones y despertar distintas emociones y sentimientos.

Mediante el primer manifiesto surrealista de 1924, firmado por André Breton, podemos tomar idea de lo que el surrealismo era y no era. “El espíritu del hombre que sueña queda plenamente satisfecho con lo que sueña. La angustiante incógnita de la posibilidad deja de formularse. Mata, vuela más deprisa, ama cuanto quieras. Y si mueres, ¿acaso no tienes la certeza de despertar entre los muertos? Déjate llevar, los acontecimientos no toleran que los difieras. Careces de nombre. Todo es de una facilidad preciosa. Me pregunto qué razón, razón muy superior a la otra, confiere al sueño este aire de naturalidad, y me induce a acoger sin reservas una multitud de episodios cuya rareza me deja anonadado, ahora, en el momento en que escribo. Sin embargo, he de creer el testimonio de mi vista, de mis oídos; aquel día tan hermoso existió, y aquel animal habló. La dureza del despertar del hombre, lo súbito de la ruptura del encanto, se debe a que se le ha inducido a formarse una débil idea de lo que es la expiación”.

Y en este párrafo delata a los surrealistas: “Pero nosotros, que no nos hemos entregado jamás a la tarea de mediatización, nosotros que en nuestras obras nos hemos convertido en los sordos receptáculos de tantos ecos, en los modestos aparatos registradores que no quedan hipnotizados por aquello que registran, nosotros quizá estemos al servicio de una causa todavía más noble. Nosotros devolvemos con honradez el “talento” que nos ha sido prestado. Si se atreven, háblenme del talento de aquel metro de platino, de aquel espejo, de aquella puerta, o del cielo”.

Y agrega, persuadido: “Nosotros no tenemos talento”. Pregúntenle a Max Morise: ‘El oso de las cavernas y su compañero el alcaraván, la veleta y su valet el viento, el gran Canciller con sus cancelas, el espantapájaros y su cerco de pájaros, la balanza y su hija, el fiel, ese carnicero y su hermano, el carnaval, el barrendero y su monóculo, el Mississippi y su perrito, el coral y su cántaro de leche, ya no tienen más remedio que desaparecer de la faz del mar’.

Esta ‘locura’ que arranca con el siglo XX y lo penetra como un afilado cuchillo humeante, vino a influir a todas las artes y a un despertar de la conciencia que revalúa el sueño y los prodigios.


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