lunes, 9 de diciembre de 2019

Cerca del Cielo. Por: José Ramón Flores. Hay que rezar



Hay que rezar.-


En memoria de Andrés Delgado y Alfonso de la Parra.

II y última parte.


Aunque los alpinistas que desparecieron misteriosamente después de esta llamada, sus cuerpos jamás fueron encontrados, siguen siendo considerados como desparecidos. La montaña es frecuentemente barrida por brutales avalanchas, esto es lo que la hace tener categoría de montaña asesina, como el K2. Es casi seguro que los alpinistas mexicanos fueron prácticamente desintegrados de la montaña, ante una avalancha de proporciones, fuera de toda imaginación. Desde mi punto de vista, creo que todo debe de haber ocurrido en cuestión de segundos. El Changabang solo le debe haber bastado, estirar una de sus garras. Para hacer sentir su poderío y ferocidad.

Se cumplen 13 años de esta triste historia. Tengo muy presente que a finales de septiembre de ese año tuvimos una breve charla, donde acordamos una conferencia en Coatepec. A Andrés le encantaba venir a nuestro pueblo mágico. “¡José Ramón, regreso a finales de octubre, sí voy a Coatepec, voy a estar en un lugar remoto de la India, cualquier cosa, te comunicas con mi hermano Santiago!”. Jamás imaginamos que era nuestra última conversación.


Cómo imagino esos últimos momentos.-

Descendían por una arista muy expuesta de hielo cristalizado. Andrés apresuraba a Alfonso; eran ya las siete de la noche, aun había una pálida luz solar. Su rostro, raro en el, denotaba una gran preocupación, volteaba a observar con frecuencia hacia la pronunciada pendiente de la montaña, era un glaciar de más de mil metros de áspera superficie de piedras, hielo blanco y negro en muchas de sus partes.

En ese momento sucedió lo inevitable, un sonido agudo comenzó a bajar de la montaña, todo comenzó a tronar de manera violenta, era un sonido espeluznante, un sonido con un mensaje de muerte. Andrés siempre estoico y con nervios de acero, al ver como se levantaban capas de hielo del tamaño de un auto, que eran barridas por la brutal avalancha como si fueran de papel, dirigiéndose hacia donde ellos se encontraban solo alcanzo a decir “¡Alfonso, hay que rezar!”.

Así, sin testigos, todo volvió a una calma absurda, poco creíble, como si la montaña fingiera que no había pasado nada. Dos alpinistas habían sido desintegrados prácticamente de la faz de la tierra. Y sin embargo todo quedó en silencio. Una paz con olor a muerte.

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