lunes, 9 de diciembre de 2019

DESDE LA FINCA

Si la envidia fuera tiña.- De regreso de la larga jornada en la finca, camina un joven campesino al lado del viejo zorro de las melgas, quien apresura el paso por querer llegar a tomar su humeante café negro. Buen día de jornal y de pepena, con un clima generoso. Ya se puede decir que empieza el buen corte y ya empiezan a llegar familias completas que con ansia esperaban la cosecha. El joven campesino consulta al anciano filósofo de los cafetales sobre un tema que conoce pero que no sabe definir y le pide le explique con sabiduría, lo que es realmente la envidia. El prudente erudito de las laderas, conocedor del bien y del mal, curtido por Cronos y Hefesto (el tiempo y el trabajo), ve la oportunidad de desplayarse en un tema que la apasiona. Y le enfurece. Sin más, se arranca con su cátedra: “La envidia hace sufrir a mucha gente, especialmente a quien la experimenta en su propio ser, a quien sufre por el bien ajeno y no puede alegrarse por los logros de los demás, a quien siente en el éxito del otro el propio fracaso. Es una emoción negativa que amarga a la persona y le hace infeliz. La envidia es como un vicio que consiste en la perversidad de la naturaleza, que provoca que algunos se enfaden por el bien que acontece a otras personas. Una especie de tristeza mezclada con odio, que nace al ver disfrutar a otros de bienes o dones y los considera indignos de ellos. El bien ajeno más envidiado es la gloria de los demás. Quien envidia no disfruta de lo que tiene porque sufre por lo que otros poseen. Cuando escucha que alguien comparte sus alegrías y logros, lo siente como algo en contra de sí mismo. El envidioso nunca está feliz por el bien propio, porque siempre ve como una desgracia para sí el bien ajeno”… Ante tan detallada explicación, el aprendiz de jornalero, hace la lógica pregunta obligada: ¿Abuelo, y cómo se combate la envidia? ¿Cómo hacer frente a este sentimiento que puede hacernos tanto daño?... A lo que el apóstol de la verdad, responde sin dudar: “Es tan fácil como tan difícil: hay que cambiar la envidia por admiración, pues quien admira hace disminuir la envidia. Admirar es celebrar el bien del otro y nos hace capaces del elogio sincero. Pero no es suficiente con saber las cosas, si no las integramos a nuestra vida, a nuestra forma de estar en el mundo, si no se vuelven actitudes concretas, hábitos saludables. Hacer el ejercicio diario de elogiar sinceramente a los demás y agradecer de corazón por el bien del otro, no solo ensancha nuestra mirada y nuestra capacidad de admirar, sino que va cambiando nuestro corazón, descentrándonos de nosotros mismos para alegrarnos con el logro de otro. Detectar nuestros deseos más profundos sin culpar a los demás por nuestras frustraciones, aprendiendo a ponernos en el lugar del otro y a no compararnos con los demás, es un camino de libertad interior”… Deteniéndose un momento a la sombra de un frondoso jinicuil, continúa: “Ahora te voy a decir otra cosa: Por su parte, la persona blanco de las envidias, por lo general es exitosa, trabajadora y con una gran capacidad de liderazgo, producto de una autoestima elevada y de una profunda creencia en sí misma. Los que son envidiados son personas talentosas, con una dosis de ingenio, capaces de tomar decisiones, asumir retos y responsabilidades. Generalmente fijan posición ante las cosas y la vida, pero si se equivocan son capaces de rectificar, aprender, esforzarse por ser mejores y mejorar cada día, lo que las hace personas con sentido autocrítico. Son sociables, con buen sentido del humor, de buen carácter y siempre están dispuestas a colaborar. Tienen gran amplitud de pensamiento y no ejercen la venganza”… Y ya muy cerca del rancho, antes de despedirse, el venerable maestro le pregunta al imberbe labrador: “Ahora que ya los conoces, pregúntate en qué lado quiere estar, en el de los envidiosos o en el de los envidiados. La decisión es sólo tuya”.

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