El regalo de una lección inesperada
Pocos lo llaman por su nombre, pero mucho lo conoces por el “zopi” diminutivo de zopilote. Siempre se le ve distraído, hasta descuidado, pero también sin prisa y sin desesperación. Tiene suerte para la siembra, comentan, pero lo critican porque dicen que no atiende su parcela; sí todos los días trabajara un rato, con la suerte que tiene, sus plantas estarían muy bonitas, suelen decir.
Lo conocí hace mucho tiempo, cuando jugamos Beisbol, Cátcher él, malo yo. Recuerdo que era el turno para que pasara a la caja de bateo y en actividad de calentamiento agitaba el bate, sin querer le pegue en la cabeza al “zopi”, no se enojó y quedaron demostradas dos cosas: lo duro de su cabeza y lo apacible de su ánimo. Recuerdo también con mucha nostalgia y mas emoción que fue el tiempo en que siendo adolecentes aun, íbamos a los cafetales denominados “la bola de oro” donde nos marcaban tarea para limpiar con el azadón.
De esas experiencias tan vívidas han pasado décadas, durante las cuales no había sostenido algún encuentro con el “zopi”. Recién se dio una plática, casual, sin buscarla. Mi sorpresa fue mayúscula por la lógica de su pensamiento, la coherencia de su argumentación y la hilaridad ordenada de su conversación. Temas cotidianos fueron abordados; me habló de sus hijos que a brazo partido se han abierto paso a la vida con éxito. Me confió en lo difícil que fue encabillar a su hijo mayor, el cual con su estatura y conocida fuerza física se había hecho pendenciero -platica- y aficionado a la copa, pero siempre me buscó, fueron muchas las madrugadas en que no obstante su embriagues permanecí con el, le acaricié, platicamos, le repetí una y mil veces los mismos consejos, sin reproche, sin reniegos. Se compuso y jaló para bien a sus hermanos menores, ahora les va bien, sabes - agrega- a mis hijos siempre les di confianza y libertad, pero también mucho cariño y siempre he procurado estar en comunicación con ellos. Nunca me ganó la tentación de reducirlos al trabajo del campo, tenemos poco donde trabajar, preferí confiar en ellos y dejarlos volar. Han conocido muchos lugares, a veces, me llevan con ellos.
De esa plática tan inusual me quedo con reflexiones y aprendizajes. Me deja en claro lo necio que resultan los prejuicios, lo equivocado que se puede estar cuando se juzga por apariencias, cuando se crean estereotipos, cuando se discrimina y se critica sin conocimiento, si se quiere de manera rustica, pero didáctica y vivencial, demuestra lo rentable que puede ser la humildad para aprender de quien menos se espera mas allá de sus circunstancias y los maravillosos alcances de la comunicación.
En otro tenor, resulta oportuno señalar que un líder llama, se pone al frente, concita a la unidad, acepta y comprende a quien piensa diferente, no divide, no polariza, no inventa enemigos inexistentes para tender cortinas en un afán inútil de ocultar fracasos, mentiras e ineptitud.
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