Uno
de los temores más acentuados en la sociedad y con toda razón, es, sin duda, el
miedo a la violencia. Estar en el lugar equivocado en el momento equivocado,
aterroriza a todos. Acabar con una bala en el cuerpo, o simplemente
desaparecer, son miedos reales que hacen del COVID-19 un peligro demasiado
abstracto, aunque la enfermedad cada vez esté cobrando más vidas en México. El nuevo coronavirus pasó a ser la última de
las preocupaciones.
La
nota roja se llena diariamente de hechos espeluznantes ocurridos en todas las latitudes
del estado y del país. En colonias alejadas, congregaciones, fincas, en el
centro histórico, universidades, en muchos estados y hasta en el corazón del
país.
El
intento de asesinato del jefe de la policía capitalina el pasado viernes 26 de
junio por un comando con armamento militar, a primera hora de la mañana y en uno
de los barrios más elegantes de la ciudad de México, supone un desafío inédito
al Estado y ensancha aún más las grietas de la estrategia de seguridad del
Gobierno.
Tras
el atentado, y la retahíla de muertes en todos lados, la estrategia de
seguridad pública del presidente Andrés Manuel López Obrador, ha sido
severamente cuestionada en sus resultados, por diferentes sectores de la
sociedad. La estrategia de "abrazos, no balazos" que pregona el mandatario
federal no ha logrado impedir el crecimiento de la violencia, la cual, está
completamente fuera de control en todo México. El Presidente debe reconocer que
ese modelo está fallando y que tienen que cambiar el enfoque. Se debe combatir la
inseguridad, garantizar la paz para fomentar la inversión, generar empleo y dar
tranquilidad a las familias. Pero de acuerdo a las estadísticas de inseguridad,
todo esto no se ha logrado.
Los
hechos del viernes 26 son reflejo de una política de seguridad equivocada que parece
privilegiar a la delincuencia al liberar a líderes de cárteles. Con esto, lo
que se observa es que ya le agarraron la medida al Gobierno y pareciera que la fórmula
del crimen organizado es que la violencia doblega al Estado mexicano, que si
organizan actos de terror el Gobierno federal dobla las manos.
Esas
lecturas las ha dado el mismo Ejecutivo federal al declarar que no se hará
guerra contra la delincuencia organizada; al
aceptar públicamente que "Yo ordené que se detuviera el operativo, (donde
se había detenido a Ovidio Guzmán, hijo del Chapo), porque iban a perder la
vida personas inocentes"; o que se baje del auto a saludar a la mamá de
"El Chapo" Guzmán, e ignore a las madres de desaparecidos en
Veracruz. Los cárteles han señalado que hay abrazos para un cártel y balazos
para otro y eso puede hacer que sus actos de violencia los dirijan hacia el
Gobierno.
Extraña
a los mexicanos por qué no se actúa con un vigoroso y más contundente cambio de
estrategia. No se trata de una declaración de guerra, sino de ver que se proceda
a través de una reacción contundente y eficaz operatividad, contenida de inteligencia,
audacia, decisión y precisión estratégica. Porque a todos los sectores de la
sociedad solo les interesa, y exigen, resultados y soluciones al gobierno
actual.
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