lunes, 6 de julio de 2020

EDITORIAL

Uno de los temores más acentuados en la sociedad y con toda razón, es, sin duda, el miedo a la violencia. Estar en el lugar equivocado en el momento equivocado, aterroriza a todos. Acabar con una bala en el cuerpo, o simplemente desaparecer, son miedos reales que hacen del COVID-19 un peligro demasiado abstracto, aunque la enfermedad cada vez esté cobrando más vidas en México.  El nuevo coronavirus pasó a ser la última de las preocupaciones.

 

La nota roja se llena diariamente de hechos espeluznantes ocurridos en todas las latitudes del estado y del país. En colonias alejadas, congregaciones, fincas, en el centro histórico, universidades, en muchos estados y hasta en el corazón del país.

 

El intento de asesinato del jefe de la policía capitalina el pasado viernes 26 de junio por un comando con armamento militar, a primera hora de la mañana y en uno de los barrios más elegantes de la ciudad de México, supone un desafío inédito al Estado y ensancha aún más las grietas de la estrategia de seguridad del Gobierno.

 

Tras el atentado, y la retahíla de muertes en todos lados, la estrategia de seguridad pública del presidente Andrés Manuel López Obrador, ha sido severamente cuestionada en sus resultados, por diferentes sectores de la sociedad. La estrategia de "abrazos, no balazos" que pregona el mandatario federal no ha logrado impedir el crecimiento de la violencia, la cual, está completamente fuera de control en todo México. El Presidente debe reconocer que ese modelo está fallando y que tienen que cambiar el enfoque. Se debe combatir la inseguridad, garantizar la paz para fomentar la inversión, generar empleo y dar tranquilidad a las familias. Pero de acuerdo a las estadísticas de inseguridad, todo esto no se ha logrado.

 

Los hechos del viernes 26 son reflejo de una política de seguridad equivocada que parece privilegiar a la delincuencia al liberar a líderes de cárteles. Con esto, lo que se observa es que ya le agarraron la medida al Gobierno y pareciera que la fórmula del crimen organizado es que la violencia doblega al Estado mexicano, que si organizan actos de terror el Gobierno federal dobla las manos.

 

Esas lecturas las ha dado el mismo Ejecutivo federal al declarar que no se hará guerra contra la delincuencia organizada; al  aceptar públicamente que "Yo ordené que se detuviera el operativo, (donde se había detenido a Ovidio Guzmán, hijo del Chapo), porque iban a perder la vida personas inocentes"; o que se baje del auto a saludar a la mamá de "El Chapo" Guzmán, e ignore a las madres de desaparecidos en Veracruz. Los cárteles han señalado que hay abrazos para un cártel y balazos para otro y eso puede hacer que sus actos de violencia los dirijan hacia el Gobierno.

 

Extraña a los mexicanos por qué no se actúa con un vigoroso y más contundente cambio de estrategia. No se trata de una declaración de guerra, sino de ver que se proceda a través de una reacción contundente y eficaz operatividad, contenida de inteligencia, audacia, decisión y precisión estratégica. Porque a todos los sectores de la sociedad solo les interesa, y exigen, resultados y soluciones al gobierno actual.

 

 

 


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