lunes, 29 de mayo de 2017


DESDE EL AULA

CUANDO LA PARTERA ES MALA

Rara vez las personas asumen la responsabilidad de sus propios actos, sean estos públicos o privados. Normalmente se buscan escusas, se inventan pretextos, se encuentran justificaciones, todo con el fin de evitar cualquier ejercicio de autocrítica. El traslado de responsabilidades propias a otras personas es muy común, el jefe desobligado culpa a sus subalternos de su desorden; el que se conduce con mentiras, tilda de mentirosos a los demás; y así, el rosario de ejemplos puede ser extenso. En el ámbito público choca ya la cantaleta de “no se puede porque todo se lo llevaron”, más en lo local, el “no me dejan trabajar”, “me presionan los grupos políticos”; como si sostener opinión diferente sea estar en contra o pedir que en los diversos procedimientos se observe el marco legal, sea obstruir.


Por eso, cuánta razón tiene la abuela al afirmar: “Cuando la partera es mala, le echa la culpa al… a la parturienta”


COMO EL BURRO QUE TOCÓ LA FLAUTA

En el ideario popular prevalece la convicción de que entre más cuestan las cosas, más se valoran. Cuando un propósito se alcanza luego de salvar muchos escollos, la satisfacción es grande, el disfrute mayor y se cuidad lo logrado; contrario cuando a la meta se llega por atajos o lo que se ostenta es producto de un golpe de suerte o de la casualidad, porque entonces uno se convierte en presa fácil de la vanidad o la soberbia y se descuida lo que se tiene en la idea absurda de que se merece más, hasta se convence de que lo obtenido por accidente es el resultado del talento y muchas cualidades; como se retrata magistralmente en la célebre fábula que refiere al burro que habiendo tocado la flauta por casualidad, arrogante se paseaba creyéndose un gran concertista.

NO TOCAR LOS EXTREMOS


A mediados de la década de los setentas, dos paisanos mío se sacaron la lotería, obtuvieron igual premio, importante por cierto, en la misma fecha. Uno compró rancho, camionetas nuevas, se dedicó al dispendio y a gozar del favor de las mujeres. El otro siguió con el mismo estilo de vida, tocado por la avaricia, depositó íntegro el importe de su premio en una cuenta bancaria, vinieron las grandes y terribles devaluaciones de los ochentas y su capital se esfumó. Ambos terminaron con nada. Moraleja: “La prudencia consiste en no llegar a los extremos”.

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