DESDE
EL AULA
CUANDO
LA PARTERA ES MALA
Rara
vez las personas asumen la responsabilidad de sus propios actos, sean estos
públicos o privados. Normalmente se buscan escusas, se inventan pretextos, se
encuentran justificaciones, todo con el fin de evitar cualquier ejercicio de
autocrítica. El traslado de responsabilidades propias a otras personas es muy
común, el jefe desobligado culpa a sus subalternos de su desorden; el que se
conduce con mentiras, tilda de mentirosos a los demás; y así, el rosario de ejemplos
puede ser extenso. En el ámbito público choca ya la cantaleta de “no se puede
porque todo se lo llevaron”, más en lo local, el “no me dejan trabajar”, “me
presionan los grupos políticos”; como si sostener opinión diferente sea estar
en contra o pedir que en los diversos procedimientos se observe el marco legal,
sea obstruir.
Por
eso, cuánta razón tiene la abuela al afirmar: “Cuando la partera es mala, le
echa la culpa al… a la parturienta”
COMO
EL BURRO QUE TOCÓ LA FLAUTA
En
el ideario popular prevalece la convicción de que entre más cuestan las cosas,
más se valoran. Cuando un propósito se alcanza luego de salvar muchos escollos,
la satisfacción es grande, el disfrute mayor y se cuidad lo logrado; contrario
cuando a la meta se llega por atajos o lo que se ostenta es producto de un
golpe de suerte o de la casualidad, porque entonces uno se convierte en presa
fácil de la vanidad o la soberbia y se descuida lo que se tiene en la idea
absurda de que se merece más, hasta se convence de que lo obtenido por
accidente es el resultado del talento y muchas cualidades; como se retrata
magistralmente en la célebre fábula que refiere al burro que habiendo tocado la
flauta por casualidad, arrogante se paseaba creyéndose un gran concertista.
NO
TOCAR LOS EXTREMOS
A
mediados de la década de los setentas, dos paisanos mío se sacaron la lotería,
obtuvieron igual premio, importante por cierto, en la misma fecha. Uno compró
rancho, camionetas nuevas, se dedicó al dispendio y a gozar del favor de las
mujeres. El otro siguió con el mismo estilo de vida, tocado por la avaricia,
depositó íntegro el importe de su premio en una cuenta bancaria, vinieron las
grandes y terribles devaluaciones de los ochentas y su capital se esfumó. Ambos
terminaron con nada. Moraleja: “La prudencia consiste en no llegar a los
extremos”.
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