El
Voto de la venganza
Jesús
J. Castañeda Nevárez
Independientemente
de que forme parte del proceso democrático y se promocione como un “derecho”,
el voto ciudadano es movido y motivado por diferentes razones:
desafortunadamente la principal de ellas es por hambre y esa es la razón por la
que también los partidos políticos han “construido” sus estructuras o sus
bases, girando en ese pequeño círculo de ingredientes que hasta hoy les han
dado buenos resultados.
La
ilusión, la esperanza, las expectativas de que las cosas van a mejorar les
hacen presa fácil del engaño y la mentira que se enseñorea sobre la miseria de
la gente buena e inocente.
Semejante
a las tortuguitas que corren presurosas hacia las olas del mar empujadas por un
instinto de sobrevivencia, mientras que son observadas por una cadena de
depredadores cuyo objetivo es saciarse de ellas sin pensar en que su acción
atenta contra el ciclo natural de conservación de esa especie.
Así
son los partidos políticos; así son sus emisarios los mal llamados políticos,
porque si lo fueran en verdad, sus acciones serían en el sentido de buscar el
bien común y no sólo el bien de ellos, de sus grupos y sus partidos.
Depredadores sin escrúpulos, sin consciencia, sin alma y sin progenitora.
Pero
fueron sus abusos los que hicieron reaccionar a todo un pueblo que cansado,
lastimado, humillado y saqueado, acudió a las urnas con la determinación de
tomar venganza en contra de la tiranía convertida en un sistema y representada
por una gavilla de pillos comandados por un gordo sin cerebro ni corazón sino
sólo vísceras y respaldados todos en un logotipo de su partido político. El
pueblo votó sin pensar, sin razonar; votó porque quería borrar de la faz de la
tierra al “masiosare” que profanó la patria y pisoteó a sus hijos.
No
importó lo que se dijo en contra del candidato al que el pueblo eligió como el
vengador de sus sufrimientos; ni siquiera se dieron la oportunidad de ceder a
la tentación de volver a ilusionarse y votar por la bandera de “la esperanza”;
la gente quería venganza y eso quedó manifestado en la cruz que marcó su boleta
electoral.
El
resultado esperado se dio y la “operación venganza” empezó a tomar forma a
partir de ese mismo día de la votación. La huida del delincuente marcó un
horizonte inédito con alta expectativa de justicia y la gente volvió a sonreír.
Pero
lo inesperado y jamás imaginado fue lo que sucedió. La llegada del nuevo equipo
de gobierno con la espada en la mano cortó brazos, piernas y cuellos de los
miserables que clamaban por justicia y resultaron ajusticiados; los que
llegaron no distinguieron entre el clamor de justicia del pueblo lastimado y
por su inexperiencia como gobierno o por sus ansias de venganza barrieron con
todo lo que estaba enfrente y que les representaba el “aspecto” de ser sus
enemigos.
El
tiempo se detuvo dando paso a una ola expansiva de destrucción semejante a la
bomba que cayó sobre Hiroshima, matando sólo a los inocentes, porque los
culpables ya se habían refugiado en el fuero o en la distancia y la seguridad
que les proporcionaron los miles de millones que robaron al pueblo.
Después
vino el silencio, la desolación, el desempleo, el hambre y el olor a muerte.
Los sobrevivientes buscaron un acercamiento con el nuevo gobierno, pero se
encontraron con puertas cerradas y un trato de grosero desprecio de unos
desconocidos arrogantes que hicieron sentir el peso de su indiferencia y
desinterés absoluto por el llanto de los nuevamente agraviados.
Han
pasado ya los días, semanas y meses, para todo un pueblo que guarda un silencio
reflexivo por una lógica decepción y un despojo agravado, porque primero fue el
dinero que se llevaron los que se fueron, pero los que llegaron terminaron con
el trabajo y el empleo, pisoteando la dignidad y la poca alegría que surgió en
el pasado proceso electoral.
Pero
los círculos se vuelven a juntar y nuevamente estamos en la víspera de un nuevo
día de votación, una nueva oportunidad de cambio por una nueva expectativa de
justicia.
Es
obvio, lógico y contundente que el agravio recibido tiene muy clara la
identidad y colores agresores, por lo que la intención del voto pudiera volver
a ser irracional y con tal de ejercer la venganza marquemos una falsa salida
que nos haga brincar del comal para caer en las brasas.
Ya
nos equivocamos muchas veces al votar por los colores sin importar los
personajes que los representaban; es tiempo de aplicar todo el rigor del
análisis a profundidad, de la historia de vida de cada candidato, de donde
viene, cuál es su origen, cuáles son sus valores y principios, cuál es su
capacidad y experiencia como para poder darle el voto de confianza y con él
también las llaves de nuestro municipio.
No
demos más votos a los partidos políticos, pero si a los ciudadanos que
demuestren ser dignos del encargo al que aspiran y que su vocación de servicio
es genuina e inspirada por Dios.
Conozco
a más de uno que cubre ese perfil y confío que los electores de sus pueblos no
se equivoquen y los elijan como sus Alcaldes. Sólo así podremos recuperar la
confianza, la estabilidad y la alegría de vivir. Es mi pienso.
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