lunes, 30 de octubre de 2017

DESDE LA FINCA


Listos para recibir las visitas.- El ambiente de clima frío y el entusiasmo de cada año, hacen de esta temporada un marco adecuado para la celebración de la fiesta de muertos entre los cortadores. Sí, la fiesta. Porque así lo heredaron de los abuelos, la cultura de honrar a quienes ya no están en la tierra pero habitan en el recuerdo y en los corazones de los fieles descendientes que se preparan para recibirlos como ellos les enseñaron.
Con la tradicional ofrenda elaborada con rama tinaja y papel picado, incienso, velas y agua, además de la comida que era de su preferencia, pero sobre todo tamales. Esos tamales que son el verdadero festín. Su elaboración es un ritual de las mujeres de la casa que desde ir al molino a moler el nixtamal en masa martajada, preparar los moles, salsas o frijoles, para que junto con carne de cerdo, pollo o verduras, proceder a envolverlos con especial devoción y ponerlos a hervir con diferentes elementos que van desde la piedra del chile, monedas y chiles. Las mujeres aprendieron desde niñas esta artística labor y la enseñarán a sus herederas. Ese es el tema de los campesinos durante todo el jornal. Cuando le preguntan al anciano labrador, testigo de muchos velorios y compañero de muchos entierros, sobre los días más importantes; el sabio enjuto enfunda el machete, se acomoda el sombrero y con voz de sabiduría y de nostalgia, se extiende: “Hay que entender qué día llegan los muertos. Porque no llegan todos en bola. El 29 de octubre es dedicado a los matados, aquellos que mueren asesinados o en un accidente, también los ahogados. El día 30 se celebra a los niños del limbo, siendo aquellos que mueren sin el sacramento del bautismo, es por ello que en este día se añaden al altar dulces y juguetes. También las ánimas solas y olvidadas, que no tienen familiares que los recuerden y los huérfanos. El 31 se dedica a los niños, y se colocan flores blancas, pan, atole, tamales de dulce, frutas, vasos con agua para mitigar su sed y un plato con sal. Cada vela que se enciende representa a un niño muerto, posteriormente se enciende el sahumerio con incienso, elementos que simbolizan el aire y la tierra. Luego, ya el 1 de noviembre se dedicada a los fieles difuntos mayores para quienes se agregan los cigarros, el aguardiente, tamales de chile, mole, vasos con agua, se enciende el sahumerio incienso, y se pone un camino de pétalos de flor de muerto. El 2 de noviembre, se dedica a la visita del cementerio; es por ello que se les llevan sus coronas, flores y velas para alegrar al difunto. Se cree que sus almas regresan a casa para convivir con los familiares vivos y degustan la esencia del alimento que se les ofrece en los altares. Este día se regresan, se van allá a donde habitan.  Estas fechas varían en algunas regiones. Así hemos vivido estas fiestas desde nuestros tatarabuelos y ellos la aprendieron de los que les antecedieron. Aquí en la finca, tenemos más arraigadas estas costumbres que cada año las vivimos y revivimos y enseñamos a los niños a conservarlas. Gracias a eso no se han perdido. Pero actualmente las disfrazan de folklore y de otras costumbres ajenas. Pero esta es nuestra fiesta y esta es nuestra vida”. Concluyó.

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