DESDE
LA FINCA
Listos para recibir las
visitas.- El ambiente de clima frío y el entusiasmo de cada año,
hacen de esta temporada un marco adecuado para la celebración de la fiesta de
muertos entre los cortadores. Sí, la fiesta. Porque así lo heredaron de los
abuelos, la cultura de honrar a quienes ya no están en la tierra pero habitan
en el recuerdo y en los corazones de los fieles descendientes que se preparan
para recibirlos como ellos les enseñaron.
Con la tradicional ofrenda elaborada
con rama tinaja y papel picado, incienso, velas y agua, además de la comida que
era de su preferencia, pero sobre todo tamales. Esos tamales que son el
verdadero festín. Su elaboración es un ritual de las mujeres de la casa que
desde ir al molino a moler el nixtamal en masa martajada, preparar los moles,
salsas o frijoles, para que junto con carne de cerdo, pollo o verduras,
proceder a envolverlos con especial devoción y ponerlos a hervir con diferentes
elementos que van desde la piedra del chile, monedas y chiles. Las mujeres
aprendieron desde niñas esta artística labor y la enseñarán a sus herederas. Ese
es el tema de los campesinos durante todo el jornal. Cuando le preguntan al anciano
labrador, testigo de muchos velorios y compañero de muchos entierros, sobre los
días más importantes; el sabio enjuto enfunda el machete, se acomoda el
sombrero y con voz de sabiduría y de nostalgia, se extiende: “Hay que entender
qué día llegan los muertos. Porque no llegan todos en bola. El 29 de octubre es
dedicado a los matados, aquellos que mueren asesinados o en un accidente,
también los ahogados. El día 30 se celebra a los niños del limbo, siendo
aquellos que mueren sin el sacramento del bautismo, es por ello que en este día
se añaden al altar dulces y juguetes. También las ánimas solas y olvidadas, que
no tienen familiares que los recuerden y los huérfanos. El 31 se dedica a los
niños, y se colocan flores blancas, pan, atole, tamales de dulce, frutas, vasos
con agua para mitigar su sed y un plato con sal. Cada vela que se enciende
representa a un niño muerto, posteriormente se enciende el sahumerio con
incienso, elementos que simbolizan el aire y la tierra. Luego, ya el 1 de
noviembre se dedicada a los fieles difuntos mayores para quienes se agregan los
cigarros, el aguardiente, tamales de chile, mole, vasos con agua, se enciende
el sahumerio incienso, y se pone un camino de pétalos de flor de muerto. El 2
de noviembre, se dedica a la visita del cementerio; es por ello que se les llevan
sus coronas, flores y velas para alegrar al difunto. Se cree que sus almas
regresan a casa para convivir con los familiares vivos y degustan la esencia
del alimento que se les ofrece en los altares. Este día se regresan, se van
allá a donde habitan. Estas fechas
varían en algunas regiones. Así hemos vivido estas fiestas desde nuestros
tatarabuelos y ellos la aprendieron de los que les antecedieron. Aquí en la
finca, tenemos más arraigadas estas costumbres que cada año las vivimos y
revivimos y enseñamos a los niños a conservarlas. Gracias a eso no se han
perdido. Pero actualmente las disfrazan de folklore y de otras costumbres
ajenas. Pero esta es nuestra fiesta y esta es nuestra vida”. Concluyó.
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