"Si tus sueños no te asustan, no son lo bastante grandes".
Los verdaderos maestros siempre existirán y se siente su respaldo en el momento en que exijan, griten de manera enérgica, hasta de manera descompuesta. Siempre tengo muy presente un momento en el Chimborazo de Ecuador, en plena madrugada, subíamos en una parte muy inclinada y expuesta. Una zona de violentas avalanchas. Íbamos amarrados, adelante el guía ecuatoriano, Eduardo Agama Zambrano “El Yeti”, un servidor y José Luis Molina. Eduardo es sobreviviente de dos accidentes espantosos en montaña, uno de ellos en el Chimborazo, una feroz avalancha, barrió y desintegró a un grupo de alpinistas extranjeros. Hubo muchos muertos y Eduardo salvó la vida de manera fortuita. Regresar con un alpinista que había enfermado le salvo la vida por escasos minutos y metros. Donde había estado parado solo algunos instantes antes, toneladas de nieve y rocas, arrastraron a su paso a los alpinistas, sembrando terror y muerte.
De manera inesperada fui víctima de un ataque de terror, hoy sí les puedo confesar, que iba muy tenso recordando el relato de Eduardo de esta macabra experiencia. Comencé a convulsionarme, como si sufriera un ataque de epilepsia, me era imposible controlar mi cuerpo. Eduardo, entonces -jamás lo había visto tan molesto- me comenzó a gritar, que así no se podía escalar, que además estaba poniendo en riesgo sus vidas y la mía. Lo único que faltó fue que me diera mis cachetadas. Finalmente me amenazó con hacerme regresar al albergue. Todo ocurrió en minutos, y fue tan claro y enérgico conmigo, que afortunadamente reaccioné de manera positiva. Raro en mi porque soy como los jarritos de Tlaquepaque. Pero en aquellos momentos de drama y esfuerzo físico, no había lugar a ponerse delicado.
Esta experiencia me dejó una gran enseñanza, Eduardo actuó como lo exigía la situación. Si me hubiera hablado con suavidad y compasión, estoy seguro de que habría estallado en lágrimas, poniendo entonces sí, más grave el asunto, que exigía control y autoridad. Remató su discurso con un “¡¡Yo no guío a miedosos!!”. Los buenos maestros así tienen que actuar, tienen que estar a la altura de las circunstancias. Sabía perfectamente su papel, y el papel de la montaña. De lo violenta y agresiva que se puede volver de manera repentina e inesperada.
Le agradezco mucho a Dios y a la vida, que tuve una reacción positiva. Jamás le contesté nada, asimilé de la mejor manera sus fuertes palabras. Esto pienso hoy, que es haber estado dispuesto a aprender. Estar receptivo puede convertirse en un asunto de vida o muerte. Reconocer y aceptar que la vida es de constante aprendizaje. A veces no es de la mejor manera, pero que no deja de ser enseñanza y experiencia, tal y como me ocurrió en una lejana montaña de Ecuador. La sabiduría a veces se encuentra esperándonos en lugares lejanos y remotos.
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