lunes, 12 de noviembre de 2018

Cerca del Cielo Por: José Ramón Flores Viveros

Experiencia paranormal en el Pico

Para no desentonar con estas fechas de festejos a nuestros muertos, les comparto una experiencia sobrenatural escuchada hace años  en el albergue  de  Piedra Grande del  Pico de Orizaba. Un alpinista del entonces Distrito Federal  la compartió con quienes nos encontrábamos aquella noche en el albergue.

La  noche siempre es un aliado perfecto de este tipo de relatos, generalmente  lo que se hace  es tratar de descansar para enfrentar la friega demoniaca que demanda escalar el volcán más  alto de México. Sin embargo no recuerdo como, pero el caso fue que de manera fortuita nos comenzó a platicar de una experiencia sobrenatural que había experimentado años antes en este albergue.

Hace algunos años, nos comenzó a platicar, que se habían dado casos de gente que subía a Piedra Grande, aprovechando que la mayoría de los escaladores, mientras ascendían, dejaban pertenencias y también equipo en este lugar. Llegó con un grupo de alpinistas ya entrada la tarde, cuyo plan era ascender por la ruta norte, una ruta con su grado de dificultad, ya casi para llegar a la cumbre la pendiente se profundiza, y hay que atacarla con mucha precaución, enterrando en zigzag los crampones. Esto se realiza para poder cortar la pendiente. 

“Acordamos que saldrían a las 3 de la mañana, lo que me esperaba se me hacía aburrido, tendría que esperar que subieran y bajaran,  calculaba -si las condiciones les favorecían- que estarían de regreso entre las 4 y 6 de la tarde. Jamás y nunca imagine siquiera, lo que iba a ver y experimentar horas después. A las tres de la mañana, comenzaron el pesado ritual de prepararse para salir a la montaña, un ritual de locos, dejar el calor de la bolsa de dormir, además de que se siente uno fatal físicamente, en la mayoría -algunos en mayor o menor grado- se manifiesta el mal de montaña. Que es como una resaca o cruda, y levantarse en estas condiciones es de verdad algo horrible. Sabiendo que viene una jornada de esfuerzo demoniaco.

“Tomaron té y un poco de sopa instantánea, checaron equipo con el que subirían, y comenzaron a salir al frio glaciar, era una noche despejada, desde la puerta los veía cómo subían rumbo al glaciar iluminándose con sus lámparas frontales. Esperé unos minutos y volví al interior, cerré la puerta cuyo seguro era un pedazo de alambre, recargué algunas mochilas y me volví a recostar”. Habría transcurrido hora y media, estaba profundamente dormido cuando unos fuertes toquidos en la puerta me despertaron, abrí los ojos y me quede en silencio escuchando, y sí, efectivamente alguien tocaba. Lo primero que vino a mi mente, fue que alguien había olvidado algo o que se había sentido mal y regresaba al albergue”. Prendí mi lámpara frontal, quite las mochilas y el alambre que hacía las veces de seguro. Al abrir la puerta y disponerme a reclamar por despertarme a quien tocaba, lo que iluminé me dejo helado y paralizado de terror”.

“Era una mujer en los huesos, pálida hasta la exageración y con una vestido sucio y deshilachado. Las palabras se ahogaron en mi garganta, con una voz hueca y apenas audible, me pidió una caja de fósforos. Como autómata entre y milagrosamente encontré una caja de fósforos, regresé y se la di, estiró la mano, las yemas de sus dedos hicieron contacto con mis dedos por unos segundos y estaba helada. No puedo describir lo que experimenté, abrió ligeramente la boca, algo dijo, como en gesto de agradecimiento, no tenía dientes. Solo algunas piezas dentales. Fue un cuadro aterrador, se volteo y dirigiéndose hacia abajo, se perdió en la oscuridad”.

Concluyó su relato, recordando cómo fueron aquellas horas esperando que amaneciera, el tiempo, se fue, sin saber si abandonar el albergue para alcanzar a sus amigos o esperar a que saliera el sol. En esa angustiante y desesperante disyuntiva, como una autentica bendición llego la luz del día, que se manifestó como una nueva esperanza, la esperanza de que todo había sido solo un mal sueño, una pesadilla… sabía que era difícil de creer todo esto, y que podíamos tomarlo como mejor nos pareciera. En lo particular, lo que vi en su mirada y en el tono de su voz, mientras relataba, vi a alguien convencido de lo que había vivido. A Ricardo Torres Nava le fascinan estos relatos de fantasmas en las montañas, cuando se lo platiqué, me apuraba a recordar el nombre del alpinista, sin embargo es algo que no tuve la curiosidad de preguntárselo.

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