En algún momento de nuestra vida hemos escuchado la siguiente frase: “Según los expertos en aeronáutica, el abejorro no debería volar”. Esta sentencia se hizo muy popular a principios del siglo veinte cuando el entomólogo francés Antoine Magnan en su libro “El vuelo de los insectos”, cita los cálculos hechos por el ingeniero aeronáutico André Sainte-Lague, justamente sobre el vuelo de esos animalitos. Este ingeniero aplicó las leyes de la aeronáutica en el vuelo de algunos insectos y se dio cuenta de que el abejorro, en particular, no debía volar pues tenía un cuerpo muy robusto, muy pesado y además sus alas son desproporcionalmente pequeñas; sin embargo, sabemos que el abejorro vuela.
Esta situación dio paso a varias “interpretaciones” sobre la razón por la cual el vuelo del pequeño insecto era posible y en un contexto filosófico y motivacional se dijo que simplemente el abejorro volaba porque él no era consciente de su limitación; este pequeño mito se popularizó y se extendió por todo el mundo para ejemplificar que no existen razones para no lograr hacer lo que uno quiere, que sólo con la voluntad y entusiasmo las limitaciones se minimizan. Existen muchos casos en los que al ser humano les ha tocado ser el abejorro.
Wilma Rudolph fue una atleta estadounidense ganadora de varias medallas olímpicas y en 1961 fue nombrada la mujer más rápida del mundo; ella tuvo una infancia con muchos problemas de salud que a la edad de seis años le hicieron padecer una pierna paralizada durante algunos años; sin embargo, en su juventud buscó participar en eventos deportivos e ingresar a clubs para practicar deportes, en particular, el baloncesto, logrando así, superar sus contrariedades. Muchas veces fue rechazada y recibió comentarios desmotivantes cuando no lograba calificar en los eventos. Aun así, ella siguió buscando opciones y llegó al atletismo, disciplina en la cual brilló con toda intensidad rompiendo varios records en los juegos olímpicos de 1960.
Otro caso semejante fue Norma Jeane Baker, quien fue una niña cuya madre no pudo cuidar y fue dada en adopción; durante varios años estuvo en hogares sustitutos y a la edad de dieciséis años se casó para evitar terminar en un orfanato, ya en matrimonio esta señorita buscaba ser modelo y actriz pero nunca recibió apoyo, ni por parte de su marido ni en la las agencias que tocaba puerta. En algún momento fue descubierta por un fotógrafo que la promovió y fue como empezó la carrera de quien más tarde se haría llamar Marilyn Monroe.
El mito del abejorro nos sirve para ejemplificar lo que podemos obtener cuando no hacemos casos de las circunstancias externas y nos ocupamos sólo de lo que nos interesa o motiva, resulta muy conveniente esta interesante lección de vida.
Sin embargo, ¿Qué ocurre realmente con este insecto? El abejorro puede volar porque está hecho para eso, la evolución ha hecho que poco a poco sus alas y la técnica de vuelo se vayan adaptando al cuerpo del insecto, y viceversa. Con esto, la razón por la que vuela el abejorro es porque su técnica no es la misma que utilizan otros insectos voladores, él hace un aleteo en forma de óvalos de unas trescientas veces por segundo que generan una serie de pequeñas turbulencias que propician el empuje que se requiere para volar. El motivo por el cual esta explicación no se pudo dar en un inicio es porque el estudio de la mecánica de fluidos es una disciplina compleja y sus contribuciones más importantes son más o menos recientes, esta explicación fue dada a conocer en 2005 tras varios años de investigación por el Dr. en Física Fernando Minotti quien pudo modelar matemáticamente el vuelo del abejorro, utilizando física de fluidos.
La lección más importante, junto con la explicación de este mito es que siempre debemos tener una buena actitud y mantener la voluntad de querer hacer las cosas.
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