El valor de la amistad.-
Pienso que la vida es una sucesión de instantes, una retahíla de momentos que hilvanar con paciencia, retazos de tiempo para acomodar en la armonía del conjunto y poder mirar con embeleso el sentido del propio vivir. Momentos para matizar con sentimientos, cultivar afectos, amar por amar, luchar a brazo partido por salir siempre adelante, sin atropello a los demás. Atisbar el porvenir con mucha fe y soltar las amarras al pasado para quedarnos solo con la inspiración y los haberes que sea posible rescatar.
Nada en la vida es para siempre, saberlo es consuelo y lección. Ocasión hay en que las cosas parecen alinearse a favor, sea ya por mérito o esfuerzo propio, o resultado de la casualidad, el azar o la buena ventura, es cuando si no nos cuidamos de mantener el contacto con la realidad, corremos el riesgo de henchirnos de vanidad y vanagloria. Las caídas suelen ser estrepitosas. La humildad en el triunfo y la bonanza hacen grande a la persona.
Dicha singular ofrece lo obtenido con sacrificio. Como si fuera ambrosía, se disfruta, la emoción se desborda y algo grande se incuba en el interior, se horada la corteza del egoísmo y se libera la necesidad de compartir, sí, por supuesto con la familia, pero también con quienes, sin serlo, sin imposturas ni envidias, con la flor de una risa en los labios, apretándote las manos, con un abrazo sincero y franco, te dicen felicidades, mientras te instan a mirar más alto: los amigos. El disfrute es mayor con los amigos, con los únicos, los verdaderos, los auténticos, los que acreditan momento a momento, día a día, siempre, el valor de la amistad.
Tiempos los hay también, de tribulación, de fracasos y congojas, tiempos en que el túnel parece largo y el horizonte se llena de bruma, es cuando nos sentimos alejados de la mano de Dios, y en ese escenario suele irrumpir el reproche y la incomprensión de los inmediatos. Se sienten insuficientes las fuerzas y la soledad despliega su denso manto, pero nos resistimos a sucumbir, el infortunio se convierte en acicate y cuando nos damos cuenta, ellos están ahí, los amigos los de siempre, con la mano extendida, prestos al ánimo, al empuje y al rescate.
En verdad, un amigo es un tesoro que hay que cuidar, cultivar y aquilatar. Quien lo tenga, que lo cuide, quien no, que lo busque, pero antes, que aprenda a ser amigo. Los de ocasión, coyuntura o interés, rara vez lo son. Un abrazo fraterno para mis amigos. Para quienes no lo son, mi respeto y buenos deseos. Para todos, mi mano extendida y abierta.
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