Irrigar el raciocinio. (Tercera parte de tres)
Habiendo tomado como eje en estas tres entregas el tamaño papel que juega el raciocinio en nuestras vidas. Nuestra conciencia, que es el foro donde se escenifica nuestra interpretación del entorno. Y nuestra máquina de pensar, en un principio tomada como una capacidad dada, se va convirtiendo en el terreno de los desatinos o de los descubrimientos.
Ser entidades racionales humanas, nos da la prerrogativa para hacer uso de las facultades inherentes al raciocinio. Entre muchas, tenemos la facultad de analizar, ponderar y tomar decisiones.
Esto, actuar premeditadamente, implica asumir responsabilidades (mismas que el inicuo pretende eludir), para perjuicio o para beneficio. Nos obliga a preguntarnos: ¿qué espero de esta acción que he decidido realizar?
Y la moral nos dice muy clarito al oído, independientemente de la causa, ¿qué impacto va a tener esto que vas a hacer, en la vida de los demás seres que son como tú eres; o en la vida de los animales y las plantas?
El raciocinio, siendo la joya suprema del ser humano, a lo largo de siglos de altas y bajas en las sociedades del mundo, ha sido objeto de la agresión devastadora de la religión, la política y la idolatría científica. Y por un genio maligno que es quien mueve la industria del divertimiento y la recreación.
En las ciudades y en los campos, un perverso aturdimiento enajena al raciocinio de miles y millones de personas. Una cultura que está llevando a la sociedad a una funesta apatía, en la cual, los inicuos medran.
Voy a concluir con una alegoría:
“Después de daños generacionales por fin se ha recuperado el raciocinio. Pero este es una planta debilitada. Habrá que poner al raciocinio en buena tierra e irrigarlo”.
Termine usted, amable lector, esta alegoría. ¿Qué viene a pasar con el raciocinio?
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