Febrero loco.- Ahora resulta que se anuncia la llegada de una ola de calor y también una surada. En pleno invierno. No cabe duda que el clima ha sido afectado por el trato que se la ha dado. Aquí en la finca, todavía hay bullicio porque la cosecha continúa y todavía está buena. El entusiasmo por el corte es único y los cortadores lo viven. Es una fiesta, es un ritual, es la vida misma de la región cafetalera. El ajetreo diario la gente de campo lo realiza con afán y con gusto. El trabajo es duro, pero cuando se realiza con amor, se disfruta. El ambiente de la finca huele a miel, a humo de las fogatas donde calientan el bastimento. Huele a sudor de trabajo, a humedad, a hierba verde y a tierra mojada. Es una actividad de cinco sentidos. El café enlonado huele a vida, a abundancia. Los costales huelen a exuberancia. Los campesinos viven de la tierra y para la tierra, la cuidan, la disfrutan y la aman. Las charlas son amenas y hasta didácticas, no falta la palabra chusca y la que vierte veneno: “Abuelo, ¿cómo te fue en la fiesta de El Grande? Tu eres pura pachanga” A lo que el sabio de los cafetales, el viejo campesino curtido por el tiempo y el trabajo, sin dudar responde: “A los amigos hay que cuidarlos, las relaciones humanas se basan en la recíproca atención y el justo aprecio. El cariño y la lealtad son fundamentales en una amistad franca y sincera. Eso se debería fomentar más en el día de la amistad que se ha convertido en un evento de consumo. Lo mismo pasa con el amor: las relaciones son más difíciles ahora porque ya nadie se toma el tiempo en enamorar, las conversaciones se convirtieron en textos, los argumentos en llamadas, los sentimientos en indirectas. La palabra amor es utilizada fuera de contexto, la inseguridad se convirtió en una forma de pensar, los celos en hábito, engañar en accidente, y ser lastimado, ahora es algo natural…” Sin dejar de mover los dedos, que retiran las cerezas del café de la mata para aventarla a su raído tenate, el veterano erudito octogenario, sin poder evitar un gesto de tristeza, continúa: “También duele cuando se pierde un amigo, cuando sabemos que ya no tendremos ni su charla ni su compañía, menos su afecto y su mano sincera. Sobre todo cuando su muerte es inexplicablemente violenta. Por eso, duele la partida de mi amigo Tocho, hombre de campo que dedicaba su vida al cuidado de los bosques que son la fábrica de agua para la ciudad. Uno no entiende tanta saña y tanta deshumanización del hombre. La vida nos está llevando a la peor crisis de valores. Es por eso que la delincuencia hoy se ha vuelto cotidiana y está latente a nuestro alrededor como si fuera la ruleta rusa, ser víctima de la delincuencia hoy es cosa del azar. La falta valores sociales y la percepción de impunidad, generan la impresión de que todo se vale. Y no es así. Por eso la violencia se ha desatado generando el caos. Antiguamente los valores morales se transmitían en el seno de la familia; en cambio los valores sociales, aquellos que intentaban formar buenos ciudadanos, dentro de la escuela. Hoy, pareciera que ni lo uno ni lo otro. El modelo de familia ha sufrido una mutación que dificulta la convivencia familiar; y el modelo educativo se ha quedado rezagado y ha dejado de ser el centro de formación de niños y adolescentes. A los maestros se les ha restado autoridad y con ello han perdido la capacidad de formar el carácter y los valores de sus estudiantes…Ya de valores espirituales, mejor no hablamos, son letra muerta para la mayoría…” Ya con tono de visible encabronamiento e impotencia, deja de hacer lo que estaba haciendo y se retira para encender un oloroso cigarro; pero aun con el ruido que hacen las ramas a su paso, se alcanza a escuchar: “Como dice el papa Francisco: No eduques a tus hijos para ser ricos, edúcalos para ser felices, para que vean el valor de las cosas y no su precio…”
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