martes, 13 de agosto de 2019

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramírez

El valor de la palabra.-

En las generaciones de mis padres y abuelos, cumplir con los compromisos adquiridos era casi una obsesión. Era la regla que, como todas, admitía excepciones que en el caso, resultaban escasas, principalmente en el medio bucólico. Para estarse a la palabra comprometida cara a cara y voz con voz, no hacían falta formalidades pues darle valor era simple y llanamente una cuestión de honor. La mera sugerencia de requisitos mayores despertaba suspicacia y creaba la sospecha de que subyacía la intención de no cumplir; la propuesta de testigos y sendos protocolos constituía una ofensa que cancelaba la posibilidad de transigir.

Los primeros productos de la cosecha eran para cumplir y si había que “quemar” como ellos decían, algún animal o cualquier otro bien, pues había que hacerlo, pero dejar en entredicho el honor y el concepto de hombre cabal que sabía dar mérito a su decir, no cabía en la rectitud de su pensar.

El momento en que se pierde esa práctica de honorabilidad resulta confuso al igual que el momento en que se cambian los elementos de la ecuación y la regla aplica en sentido contrario. Hoy los compromisos de la índole que sean, se establecen bajo rigurosas formas legales que solo se explican en función de la desconfianza mutua, pues parecen establecer la intención soterrada de sorprender y transar. Entre más sofisticadas son las formas, más abundan en los índices de los tribunales las controversias por el compromiso incumplido y muchos son los desenlaces trágicos. La palabra se encuentra devaluada y el honor parece ser un vestigio romántico de caballeros andantes.

Acontece en todos los medios y estratos sociales, pero en el ámbito de la política la mentira y el engaño suelen ser divisas de alta rentabilidad. Por absurdo que parezca, resulta que en muchos casos, el éxito en el ejercicio de esta actividad, noble en sus principios, está en correlación directa de la capacidad para mentir.

Usted debe recordar a un personaje oriundo de esta municipalidad que siendo candidato a ocupar un escaño en el Congreso, firma un instrumento público estableciendo compromisos ante una sociedad de memoria volátil, que nunca reclamó el cumplimiento de lo prometido.

El comentario es útil para poner de relieve la ironía de la cual recientemente dieron cuenta los medios nacionales, respecto de la firma ante notario público, de un protocolo en el cual consta la voluntad de no reelección. Confirmación de la sospecha, dicen unos, honestidad valiente, dicen otros; suspicacia densa que se cierne sobre el país, pero, ¿qué necesidad? diría el divo “filósofo” de Juárez.




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