lunes, 12 de agosto de 2019

REFLEXIONES Por: Héctor Hernández Parra



Pbro. Juan Manuel Martín del Campo.

Se conmemorarán 23 años de que el presbítero Juan Manuel Martín del Campo falleciera como consecuencia de cáncer de próstata causando metástasis en huesos, un infarto al corazón puso punto final a su vida. Su presencia en la vida de los coatepecanos ha trascendido en el tiempo. Adicionalmente a ser el cura del pueblo, encarnó la dignidad de un hombre que practicó la misericordia, la fe, la esperanza, su ministerio religioso fue el consuelo de las personas que padecieron diversas penurias.

Constructor de instituciones como la Escuela México desde aquel enero de 1963 concebida para proporcionar educación, formación y alimentación a la niñez desprotegida, miserable, empobrecida; contribuyó con otras personas altruistas para que la Asociación ‘Ayúdame Hermano Tengo Cáncer’ (AHTCA) se convirtiera en una alternativa para atenuar con dignidad humana el infierno que la espantosa enfermedad lacera a la sociedad.

Un sacerdote que expulsara a los espíritus satánicos y a las legiones demoniacas alojadas en el interior de hombres y mujeres débiles de espiritualidad, teniendo como instrumentos la fe, el ritual, la palabra de Dios, el rosario y el crucifijo; una tarea ardua en diversos rincones de nuestra región cafetalera.

A su muerte se tuvo conocimiento de detalles propios de él como el rechazo a lujos, a excentricidades, se transportaba, lo recuerdo, en un jeep donde siendo un niño me instruyó paso a paso a conducirlo hasta llegar a la cumbre del cerro de las culebras, pasando del pánico a la confianza que sus enseñanzas hacían olvidar el baño de sudor que los nervios provocaron en mi. Sus biógrafos han registrado cómo posteriormente recibió como regalo un modesto vochito.

Acostumbraba comer taquitos de una extraña mezcla de frijoles con café con leche y fruta picada. Su vestimenta siempre fue de ropa sencilla, la que recibía en buen estado o nueva la confeccionaban para que la pudiese usar, por su complexión, su talla era especial.

Lo recuerdo siempre con su mirada fija en el piso, una característica de humildad, bajar por la calle Revolución en Xalapa obsequiando monedas, frutas o dulces a las personas que se acercaban a besar su mano o a solicitar su bendición. En el confesionario ponía su mano en el hombro de quien se acercara a buscar la reconciliación, una pequeña caricia en la cabeza para conceder el perdón y la misericordia. Un ser humano de los que casi se han extinguido.


Correo electrónico hectorhernandezparra77@gmail.com

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