lunes, 11 de noviembre de 2019

Cerca del Cielo. Por: José Ramón Flores



Carros de Fuego

En septiembre de 1987, me encontraba en un túnel obscuro, tétrico. Dicen que una luz al final del túnel es signo de esperanza. Sin embargo, en mi caso, vi una luz, pero esta no era la luz de la esperanza, era una máquina que venía contra mí con todo. Ni para donde hacerme; el impacto fue brutal, no quedé ni para billetero, dicho metafóricamente. Mi dependencia al alcohol era brutal y destructiva.

Todo estaba perdido literalmente, sin familia, sin trabajo ni patria. Solo me quedó apelar al amor de Dios y esperar un milagro, el cual se dio. No logro aun explicármelo ni cuál fue el merecimiento para salir de aquel infierno. He pensado siempre que fue una oportunidad que nunca merecí. Pujando algunos años después -en pleno proceso de abstinencia, iniciando una nueva vida- en una montaña de Ecuador, mientras escuchaba con audífonos la hermosa melodía Carros de Fuego, me di cuenta que era una canción para hacer de tripas corazón. Es dinamita pura para el alma.

Si tienen oportunidad -como dice Catón- mis tres lectores, se las recomiendo mucho, es una melodía para subir a la luna. Recuerdo que iba en piloto automático, la altura de los Andes es letal para el organismo, caminaba como un verdadero autómata. Escuchar esta hermosa melodía, me inspiró a sacar fuerzas donde solo había agotamiento, dan ganas de botar todo y bajarse de la montaña. La mente es una maravilla, y también un misterio infinito. Es increíble la magia y fortaleza que una canción, hermosa y vigorosa como esta puede producir en la mente y cuerpo.

Recuerdo aquellos momentos de agonía física, como los tambores de guerra cuando inicia la canción. Encendieron los cielos de los Andes para hacer flotar el cuerpo, suspenderlo en el viento helado, sobre las nieves perpetuas, un paso, otro paso, siguiéndoles el ritmo a unos alpinistas alemanes que consumían distancia y altura -como poseídos por algún demonio- a la par de los guías ecuatorianos.

Yo había entrenado un año completo, con sus respectivos días festivos. Los domingos -recuerdo- corría tres horas, el entrenamiento se convirtió en una obsesión y también cierto miedo por llegar a la montaña y no dar el ancho. Tengo muy presente lo que en una ocasión me expresó Héctor Ponce de León, respecto al entrenamiento para subir una montaña: “Si entrenando muy fuerte, subes a la montaña en un estado físico y mental lamentable, imagina lo que debe suceder cuando no haces una buena preparación”. Como todo en la vida.

Este tipo de comentarios que pudieran parecer sin importancia, encierran una gran filosofía, es la semilla que o cae en buena tierra y germina, o lo contrario al posarse en suelo árido se vuelve estéril. Este tipo de cosas era lo que me encantaba escuchar de personalidades del alpinismo mexicano. En la primera oportunidad lo anotaba, porque si no se olvidan. Intentaba hacer mío el consejo, incorporarlo como costumbre y hábito a mi vida. Platicar esto no es fácil, porque puede parecer arrogancia.

Volviendo con el tema celestial de Carros de Fuego, recuerdo que ya no podía más, estaba fundido, llevaba mi walkman para escucharla en casete. Ahí recordé lo que me provocaba esta bella canción. Fue canela pura, los alemanes iban que no creían en nada. El ritmo que le habían puesto al ascenso era de pesadilla. Al ritmo de la rola, comencé a volar, me sentía protagonista de una audaz y espectacular película de montañismo. Es importante recibir estímulos externos para que se haga la magia, el milagro de poder seguir adelante.

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