lunes, 11 de noviembre de 2019

DESDE LA FINCA

De cosechas y problemas.- La entrada de frentes fríos con lluvias intensas y con bajas temperaturas, hacen todo un espectáculo en las fincas de la zona. Lomas y laderas amanecen con blanca bruma ocasionada por el frío de la madrugada, que al salir el sol, al evaporar y disiparse, se torna en un espectáculo de luces deslumbrante y espléndido. Los campesinos están acostumbrados a ello. Si bien cambia la rutina, pues deben empezar temprano para ganarle a las lluvias de la tarde, o esperar que caiga el rocío a medida que calienta la mañana. La cosecha ya ha iniciado y las pepenas ya son buenas. Empieza a madurar el grano que en breve será motivo de fiesta en la finca, a la llegada de cientos de cortadores que ya están listos para entrarle al surco. ¿Cómo te fue de muertos abuelo? Pregunta un joven jornalero al viejo campesino curtido por el tiempo y el trabajo. A lo que el viejo sabio de los cafetales, testigo de muchas partidas y de tantas ofrendas, solo se limita a contestar: “Bien, cumplimos con nuestros parientes adelantados. Ciclos y tradiciones se cumplen. Establecer una relación con lo infinito es parte de la salud y el sentido más profundo de la vida humana”… Continuó con su labor chapeando la orilla de la melga sin percatarse de que el joven campesino trataba de llamar su atención. “Abuelo, fíjate que tengo un problema, no es tan grave, pero quiero tu consejo”. A lo que el tozudo venerable, curtido por muchos otoños y forjado en soles y serenos, sin inmutarse le responde: “Antes de que me platiques tu problema, permíteme contarte una vieja historia: Un gran maestro y un guardián compartían la administración de un monasterio. Cierto día el guardián murió, y había que sustituirlo. El gran maestro reunió a todos sus discípulos para escoger a quien tendría ese honor. ‘Voy a presentarles un problema –dijo-. Aquel que lo resuelva primero será el nuevo guardián del templo’. Trajo al centro de la sala un banco, puso sobre este un enorme y hermoso florero de porcelana con una hermosa rosa roja y señaló: ‘Este es el problema’. Los discípulos contemplaban perplejos lo que veían: los diseños sofisticados y raros de la porcelana, la frescura y elegancia de la flor... ¿Qué representaba aquello? ¿Qué hacer? ¿Cuál era el enigma? Todos estaban paralizados. Después de algunos minutos, un alumno se levantó, miró al maestro y a los demás discípulos, caminó hacia el florero con determinación y lo tiró al suelo. ‘Usted es el nuevo guardián -le dijo el gran maestro, y explicó-: Yo fui muy claro, les dije que estaban delante de un problema. No importa qué tan bellos y fascinantes sean, los problemas tienen que ser resueltos. Puede tratarse de un florero de porcelana muy raro, un bello amor que ya no tiene sentido, un camino que debemos abandonar pero que insistimos en recorrer porque nos trae comodidades. Sólo existe una forma de lidiar con los problemas: atacarlos de frente. En esos momentos no podemos tener piedad, ni dejarnos tentar por el lado fascinante que cualquier conflicto llevan consigo”. Al percatarse de la sorpresa del campesino, solo continuó dando suaves machetazos a la blanda hierba húmeda, dejando despejado el camino. Haciendo otra pausa, concluyó: “Los problemas tienen un raro efecto sobre la mayoría de nosotros: nos gusta contemplarlos, analizarlos, darles vuelta, comentarlos... Sucede con frecuencia que comparamos nuestros problemas con los de los demás y decimos: ‘Su problema no es nada... ¡espere a que le cuente el mío!’ Se ha dado en llamar “parálisis por análisis” a este proceso de contemplación e inacción. Sin embargo, lo único que se deba hacer es buscar la solución. No hay más…Ahora sí dime: ¿Cuál es tu problema? A lo que, perplejo, el joven jornalero solo se limitó a responder: “No, ninguno maestro, ninguno… Gracias…”

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