martes, 5 de diciembre de 2017

EDITORIAL


Conforme al marco legal vigente, las elecciones en nuestro país son formalmente democráticas y libres, no obstante, antes, durante, y después de cada proceso electoral, entre las diferentes corrientes políticas se da una serie de acusaciones mutuas de coacción y compra de votos. Con frecuencia sus diferendos son resueltos en el ámbito de los tribunales. Por eso, para muchos, los principios de legalidad, equidad, máxima publicidad, imparcialidad y de tolerancia, que deben prevalecer en materia electoral, son una ficción. Tal percepción deviene particularmente grave por el desencanto que genera en demérito de la credibilidad de las instituciones y de la participación ciudadana a través del sufragio.


Es innegable que existe una inmensa base social que por las condiciones paupérrimas en que viven, son muy susceptibles a la dádiva como medio para direccionar el voto. También existe un importante sector del electorado, que aun cuando se dicen pertenecientes a la “clase pensante” en muchas ocasiones de manera dogmática respaldan a los exponentes del mesianismo, cuyo discurso redentor plagado de quejas, descalificaciones y ocurrentes propuestas, no resiste un análisis riguroso. Están también los que se autoproclaman impolutos aun cuando las credenciales que presentan son las del doble discurso; esta realidad no debe ser causa de desánimo, por el contrario, se debe convertir en un acicate para remontarla mediante el voto razonado, crítico y responsable.

Tenemos frente a nosotros una enorme área de oportunidad para hacer que los partidos políticos se autorregulen en sus plataformas y propuestas de candidatos, y que estos se comprometan con los intereses colectivos. Imaginemos un escenario donde los ciudadanos, haciendo abstracción de corrientes y partidos políticos, abandonando prejuicios y superando intereses personales o facciosos, determinan el sentido del voto, considerando objetivamente el perfil del candidato, sus antecedentes, su trayectoria profesional, su desempeño frente a responsabilidades conferidas, la consistencia de sus propuestas, incluso, su historial en el ámbito privado. Si lo hiciéramos así, el margen de equivocación sería drásticamente reducido y los vicios citados con antelación no tendrían cabida; por otro lado, lograríamos cerrar el paso a quienes saltan de un puesto de elección a otro, de un partido a otro ideológicamente contrario y que en aras de su propio interés, traicionan sin ningún rubor; atajaríamos también a quienes luego de incursiones en el servicio público, cortas en temporalidad, acumulan fortunas que no se pueden explicar, respecto de las cuales toda una vida de trabajo honrado, sería insuficiente para obtenerla; se acotaría también a aquellos que desde el resentimiento y tomando como bandera el descontento de la población, medran con la pobreza y mienten, lucran con la ilusión de la gente exponiendo propuestas irrealizables, personificando así un mesianismo de caricatura.


Un ejercicio de esa naturaleza beneficiaría con la confianza ciudadana expresada a través de la emisión del voto a quien presente la hoja de servicio más pulcra y otorguen garantías de estabilidad, seguridad, crecimiento económico sustentable y de seriedad. Si bien es cierto que muchos de los problemas que hoy nos aquejan, son de sistema, también lo es que la vocación, la preparación y la experiencia de quien tenga en sus manos el timón, es por demás importante.

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