EDITORIAL
Conforme
al marco legal vigente, las elecciones en nuestro país son formalmente
democráticas y libres, no obstante, antes, durante, y después de cada proceso
electoral, entre las diferentes corrientes políticas se da una serie de
acusaciones mutuas de coacción y compra de votos. Con frecuencia sus diferendos
son resueltos en el ámbito de los tribunales. Por eso, para muchos, los
principios de legalidad, equidad, máxima publicidad, imparcialidad y de
tolerancia, que deben prevalecer en materia electoral, son una ficción. Tal
percepción deviene particularmente grave por el desencanto que genera en
demérito de la credibilidad de las instituciones y de la participación
ciudadana a través del sufragio.
Es
innegable que existe una inmensa base social que por las condiciones
paupérrimas en que viven, son muy susceptibles a la dádiva como medio para
direccionar el voto. También existe un importante sector del electorado, que
aun cuando se dicen pertenecientes a la “clase pensante” en muchas ocasiones de
manera dogmática respaldan a los exponentes del mesianismo, cuyo discurso
redentor plagado de quejas, descalificaciones y ocurrentes propuestas, no
resiste un análisis riguroso. Están también los que se autoproclaman impolutos
aun cuando las credenciales que presentan son las del doble discurso; esta
realidad no debe ser causa de desánimo, por el contrario, se debe convertir en
un acicate para remontarla mediante el voto razonado, crítico y responsable.
Tenemos
frente a nosotros una enorme área de oportunidad para hacer que los partidos
políticos se autorregulen en sus plataformas y propuestas de candidatos, y que
estos se comprometan con los intereses colectivos. Imaginemos un escenario
donde los ciudadanos, haciendo abstracción de corrientes y partidos políticos,
abandonando prejuicios y superando intereses personales o facciosos, determinan
el sentido del voto, considerando objetivamente el perfil del candidato, sus
antecedentes, su trayectoria profesional, su desempeño frente a
responsabilidades conferidas, la consistencia de sus propuestas, incluso, su
historial en el ámbito privado. Si lo hiciéramos así, el margen de equivocación
sería drásticamente reducido y los vicios citados con antelación no tendrían
cabida; por otro lado, lograríamos cerrar el paso a quienes saltan de un puesto
de elección a otro, de un partido a otro ideológicamente contrario y que en
aras de su propio interés, traicionan sin ningún rubor; atajaríamos también a
quienes luego de incursiones en el servicio público, cortas en temporalidad,
acumulan fortunas que no se pueden explicar, respecto de las cuales toda una
vida de trabajo honrado, sería insuficiente para obtenerla; se acotaría también
a aquellos que desde el resentimiento y tomando como bandera el descontento de
la población, medran con la pobreza y mienten, lucran con la ilusión de la
gente exponiendo propuestas irrealizables, personificando así un mesianismo de
caricatura.
Un
ejercicio de esa naturaleza beneficiaría con la confianza ciudadana expresada a
través de la emisión del voto a quien presente la hoja de servicio más pulcra y
otorguen garantías de estabilidad, seguridad, crecimiento económico sustentable
y de seriedad. Si bien es cierto que muchos de los problemas que hoy nos
aquejan, son de sistema, también lo es que la vocación, la preparación y la
experiencia de quien tenga en sus manos el timón, es por demás importante.
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