lunes, 26 de febrero de 2018

CHAVOS MILENIALES - Por: Yamileth Hernández Ramirez

Mentira tras mentira, realidad cruda...

Las mentiras tienen niveles. Desde una mentira piadosa hasta una mentira perniciosa. Al fin y al cabo las mentiras son realidades que nosotros creamos y creemos, pues si nosotros mismos no las creemos, a quienes se las decimos no las creerían. Se dice que antes de engañar a otra persona, cada quién debe auto engañarse, para perder nervios, nostalgia o incredulidad.

Todo el mundo ha sido víctima de una mentira, por muy pequeña que sea.

Hay mentiras de pareja, mentiras a los padres, a los hermanos, amigos y semejantes.

El dicho dice “crea fama y échate a dormir” cada persona forma su reputación, la persona que es en varias ocasiones mentirosa y descubierta se le hace la fama de ser “chismosa”, “rajona” o “argüendera” dijeran los jóvenes.

Son comunes en los jóvenes el engaño o la mentira hacía su pareja o sus padres. Algunos son unos lindos angelitos en su casa y fuera de ella unos angelitos con cola. Aparentan lo que quieren ser, las expectativas que añoran, dan una identidad soñante. Desde pequeño se puede aprender a mentir, pues la primera escuela es la casa, los padres pueden llegar a exigir al niño más de lo que puede dar, existen papás que ceden sus propios sueños a sus hijos, y en varias ocasiones esto afecta al niño, pues si no puede dar más de lo que está dando, comienza a idearse mentiras para cumplir las expectativas de los padres para obtener amor y reconocimiento de ellos.

Al fin y al cabo mentir no deja cosas buenas, o no muy buenas cuándo la verdad sale a la luz.

En algún momento adornan el pasado y la vida, para resultar interesante ante los demás. Dicen que la verdad se observa en los ojos y en la interpretación corporal de cada quién, pero hay personas que realmente pueden controlar el nerviosismo y mantener la mirada en el destinatario, pues éste puede ser impredecible.

Quizá el engaño se debe a la distancia que hay entre lo que queremos ser y lo que realmente somos. Y cuando se le engaña a otra persona se puede decir que dudamos de su inteligencia y nos creemos con el poder de manipular la vida y la verdad desviándola.

La sensación que causa mentir es desagradable en el momento y hasta empieza a pesar más cada día. Practicar el engaño cotidianamente quita esa sensación, pues el cerebro lo marca como normal y entonces comienza a perderse la moralidad y el valor de la honestidad.

Lo apropiado es ser congruentes y honestos consigo mismos y con los demás.

“Nos decimos que somos más inteligentes, pero estamos demasiado ocupados

para ayudar a un colega”.

Matthew Hutson

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