lunes, 16 de abril de 2018

DESDE EL AULA - Por: Prof. Julio Hernández Ramirez

Sí, las historias se continúan, como los hombres en su descendencia, como don Mauro en la persona de su hijo Johnny, a quien dios bendijo con un abundante linaje y más paciencia acompañada de sabiduría, binomio de virtudes que seguramente poseen como privilegio las personas que encuentran el justo sentido del vivir.

Dieciséis hijos: trece mujeres y tres hombres; todos habitando una casa pequeña y de pocas habitaciones, todos viviendo con el ingreso de un jornal de campo. Cuesta trabajo imaginar cómo se las arreglaban a la hora de dormir o en torno a la mesa para comer o para utilizar el baño antes de acudir obligadamente, pero con devoción, a la misa dominical de las 7 de la mañana. Desde mi ventana solía ver pasar la retahíla de hermanas con la espalda húmeda por el cabello aun sin secar. Llegaban temprano y no cabían en la primera banca.

Dieciséis partos en los mismos años. Ella siempre sana, un poco callada, nunca iracunda, más bien con una paz, o tal vez conformidad, reflejadas en su rostro y que le daban cierto misterio.

Llegaba él de cumplir con si jornal, coloca su herramienta siempre en el mismo lugar, como un principio de orden y al igual que lo hacia su padre, descansaba sentado en una silla de palma. Ya casi pardeando, paseaba por la vereda de la mano a su hijo en turno enseñándolo a caminar y a hablar. 16 de años de cumplir con este hermoso ritual que terminaba con el segundo llamado al rosario de las 7, al cual invariablemente acudía con una puntualidad religiosa y una fe que lo debió acercar a la felicidad.

Termina su aprendida lección de enseñar a caminar a sus hijos, pero se siguió de largo en el mismo horario y con la misma rutina, pasea a su perro prendido de la correa hasta que llegan los nietos, muchos por cierto, tantos que le permiten continuarse en su vocación.

Normalmente los sábados por la tarde y los domingos, da pláticas de preparación a los sacramentos, con un lenguaje pulcro y claro que ya quisieran muchos “eruditos” académicos. Esa virtud solo podía emanar de las experiencias vividas y del éxtasis divino que emana de la fe y en la infalible congruencia entre el decir y el hacer.

Está enferma doña Lola, se empezó a escuchar, “pero si apenas ayer la vi y parecía estar bien”, decían las señoras. Una semana bastó para que la infame enfermedad la arrancara de su abundante prole; permaneció Johnny siempre de pie, atento, sin lágrimas, sin aspavientos, quizá reprimiendo sentimientos, ocultando emociones, fija su mirada en el rostro inerte de su esposa, parece hablarle con los ojos, dios lo bendice, atrás sus hijos que tampoco lloran. No hay remordimientos.  

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