lunes, 16 de abril de 2018

Cerca del Cielo - Por: José Ramón Flores Viveros

Ali y Fernando Bustos, seres humanos también.

Las cosas no son siempre lo que parecen. Ahora sé que aquello a lo que nos resistimos en la vida, es con frecuencia nuestra mayor oportunidad de aprender y de crecer.
                                            Jody Stevenson

Ali pierde su última pelea en las Bahamas en diciembre de 1981; su contrincante es  Trevor Barbick. Ya muestra signos de un padecimiento grave, pero no recibe el diagnostico hasta tres años después: la enfermedad de Parkinson. Aunque no hay pruebas médicas concluyentes al respecto, los expertos creen que tantos golpes en la cabeza fueron la probable causa del trastorno.

El declive de Ali me enseñó otra  lección: que uno debe darse cuenta de cuando ha llegado a su límite. Sin duda el dinero no es un buen consejero, tarde o temprano todo el mundo tiene que pagar por la forma en que ha llevado su vida.

Peter Olson me guía a través de un restaurante vacío. Abre una puerta. En el centro  de la sala hay una mesa puesta, y alrededor de ella, la esposa de Ali, Lonnie, sus hijos y su mejor amigo, Howard Bingham. En la cabecera está él: Mohamed Ali. Me ofrecen una silla a su lado. Es increíble, estoy participando de una cena previa al Día de Acción de Gracias con Ali y sus seres queridos.

No hablamos de negocios. Ali todavía puede conversar en voz baja, y comienzo a decirle lo que siempre he querido que sepa: todo lo que significó, y aun significa, para mí. Pero el temblor de sus extremidades se apodera de él otra vez.

Cuando salgo del restaurante dos horas después, yo también estoy temblando. Recuerdo algo que Ali dijo cuándo anuncio su enfermedad: “Me alegro de tener Parkinson porque ahora todos sabrán que soy como ellos, y no “Superman”. ¡Gracias, campeón! Eres mi ídolo, mi inspiración, mi fe, mi sistema de valores. ¡Gracias Mohamed Ali!
Amir Kassael,iraní admirador de Ali.Tomado de Selecciones  diciembre de 2014.

Fernando Bustos Castañeda “El Gambetero Diabólico”, jugador de la máquina celeste de Cruz Azul, siempre campeón con el equipo cementero en la década de los setenta. Delantero que siempre daba espectáculo. De figura desgarbada, corta estatura pero con una habilidad infernal en los pies con el balón. Sus marcadores, jamás sabían qué jugada inventaría al recibir la pelota. Su comunicación con el público era mágica. En 1970, el mundial que se celebró en México, era sin lugar a dudas su mundial, sin embargo un grave problema de alcoholismo, le quitó la oportunidad de haberse consagrado de manera internacional.

Autor hasta ahora del gol más espectacular a los Estados Unidos en juegos de eliminatoria mundialista. El Gambetero Diabólico encontró un final trágico, como casi sucede siempre con los ídolos del pueblo, al chocar con un carro de volteo, que estaba descompuesto en la carretera, cuando regresaba a la Ciudad Cooperativa en Hidalgo de la ciudad de México. Se habló que iba en estado inconveniente. 

Cuando lo tuve frente a mí en los pasillos del Hotel Emporio del puerto de Veracruz, estaba todo el plantel tricampeón, yo tenía 16 años de edad, después de que de la manera más sencilla me diera su autógrafo, comencé a temblar como Amir al tenerlo frente mí. La garganta se me cerró, impidiéndome articular palabra alguna por la aguda emoción. No pude decirle. ¡Gracias, campeón! Eres mi ídolo, mi inspiración, mi fe, mi sistema de valores. ¡Gracias Fernando Bustos!, al igual que Amir a Mohamed Ali. Tu alcoholismo fue también una muestra de que eras humano.

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